martes, 10 de septiembre de 2019

El Alcalde reseña Rosalera, de Tade Thompson


Después de hablarnos de La esfera luminosa, El Alcalde vuelve a Sense of Wonder para deleitarnos con una de sus reseñas. En este caso, la obra elegida es Rosalera, de Tade Thompson. ¡Espero que os guste!

Banda sonora de la reseña: El Alcalde sugiere leer esta reseña escuchando Rose Garden, de Lynn Anderson (Spotify, YouTube).

A veces te toca abrir la caja de herramientas de las frases hechas. A ver... “No sabía que era imposible y lo hizo”. Sí… esta va bien para reseñar la primera novela de Tade Thompson: Rosalera. Porque vamos a ver, es tu primera novela de scifi y te metes en un berenjenal biopunk con extraterrestres, zombis y poderes mentales. Para habernos matado. Pero no, el libro funciona. Como un tejido sobre el que vas cosiendo fragmentos aleatoriamente y que, visto de lejos, tiene muy buena pinta aunque de cerca se vean los costurones. Pero aquí hemos venido a pasarlo bien. Y con Tade, la juerga está asegurada.

El inicio de la historia tiene un saborcillo familiar. Aniquilación, de VanderMeer y, sobre todo, Roadside Picnic, de los Strugasky. Aquella hipnótica novela que era más un escenario que una historia. Un cajón de arena lleno de juguetes sobre el que deambulan los protagonistas. Un sandbox, si estuviésemos hablando de videojuegos. Porque un buen escenario te asegura una buena historia casi siempre. Y Rosalera lo es. Una ciudad creada alrededor de una cúpula de origen alienígena en la Nigeria de 2066. Por cierto, un beso en los morros al traductor. Respetando el sentido del original (Rosewater), ha optado por un sugerente título infinitamente mejor que “agua de rosas” (Rosalera) que sugiere el olor a sobaco marinado que debe de hacer ahí dentro de la cúpula entre bichos, cosas medio muertas y resucitadas y fauna alienígena revenida. A Kaaro, el protagonista de la novela, parece no importarle mucho la zorrera que hay armada y gravita en torno a ella como el resto de protagonistas de la historia. Porque la cúpula hace muchas cosas, entre ellas curar a la gente una vez al año, de todas sus afecciones. Y lo hace a conciencia, como yo cuando monto un mueble de Ikea y me sobran una piezas, me faltan otras y al final me las arreglo para ponerlo de pie por muy chunga que estuviera la cosa. Y eso, en bioingeniería extraterrestre, se llama “hombre con dos penes” en algún caso y muertos vivientes en el extremo contrario de la diversión. Pues ya tenemos zombis en la historia. ¿Que igual vas a la cúpula con un catarrillo de verano y acabas buscando cerebros que comer al día siguiente? Mala suerte,  ya se encargarán de ti las patrullas limpiadoras o animosos ciudadanos armados con bates.

Según avanza la novela, el pastel aumenta con más ingredientes, ¡poderes mentales! Porque Kaaro, nuestro desganado protagonista, es uno de los pocos “sensibles” capaces de introducirse en la mente de otros y de conectarse a la “xenosfera” un espacio mental que no es sino un remedo del ciberespacio de toda la vida en la que los sensibles pueden echar la tarde, crearse avatares y zurrarse (o hacerse el dulce amor) entre ellos. Como twitter ahora, pero sin ofenderse tanto. Y esta es la parte bio/cyberpunk de Rosalera, no excesivamente original, pero ingeniosa ya que se basa en una invasión microscópica de hongos extraterrestres que permiten esta conexión ajena a la tecnología lo que hace que tu novela cyber no envejezca tan mal como las de los 80 y 90, que ahí los tienes cabalgando la red a bordo de sus Spectrum de teclado de goma todavía.

Porque de eso va Rosalera. Dice el autor en algunas entrevistas que es una “invasión lenta” con una clara referencia a los procesos coloniales que forman parte de la historia de África y, concretamente, de Nigeria. Bien traído, Tade. Porque a ver, aparte de la curación del SIDA, la xenosfera, los microorganismos, los poderes mentales, la cúpula, la ciudad Rosalera, ¿qué han hecho por nosotros los extraterrestres? Visto así, pues habrá que dejarles que nos conquisten un poco por lo menos. Que si no, no tenemos historia. Y en eso andamos, a través de una estructura que alterna tres momentos de la historia de Kaaro poniéndonos en antecedentes y que completa la narración del presente con incisos concretos para aclararnos el funcionamiento de cosillas como la xenosfera y los poderes del protagonista. Por sacar algún defecto al libro, la verdad es que se hace un poco confusa la estructura al repetir protagonistas y escenario en los tres momentos. Pero nada grave, porque el estilo de Thompson es ágil, rápido y, algo que escritores experimentados parecen evitar, dinámico: siempre pasan cosas. Hay persecuciones, escenas de pelea a gorrazos con extraterrestres, tiros, bombas… todas esas cosas que nos gustan que pasen a otros, especialmente si es ficción. 

Rosalera forma parte de una trilogía de la que solo falta la tercera por aparecer. En este primer título hay suficientes cabos sueltos como para justificar la continuación de la obra. De hecho, todo son cabos sueltos y eso es lo que hace interesante toda la historia. Nada está muy claro, todo son teorías y suposiciones, como el enigmático capítulo dedicado a los Estados Unidos. ¿Hueles eso? Es el aroma de la buena scifi. Por cierto, hay que decir que leeréis muchas reseñas de este libro (porque no os fiaréis de mi, con buen criterio) y la palabra afropunk estará en muchas de ellas. Pocas veces una etiqueta ha resultado tan injusta, ya que sugiere un estilo, una forma de hacer propia, autóctona y un leve aroma exótico que nos sugiere un escritor nigeriano que ha sobrevivido a dickensianas dificultades para convertirse en escritor de ciencia ficción y que nos habla de sus cositas, allí en Nigeria. No es el caso (tampoco pasaría nada si lo fuera). Tade Thompson es británico, y Nigeria es el escenario como podría haber sido Colmenar Viejo. Porque no importa el origen si hay una buena historia. Y en Rosalera la tenemos. Sin esconderse en atavismos, en recursos estilísticos, ni en oscuras referencias, pero con personalidad. Y, ya cerrando la caja de herramientas de las frases hechas, solo queda decir que la única etiqueta justa para Rosalera es la de nuestra buena amiga, la clásica ciencia ficción. 

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