The Traitor (también conocido como The Traitor Baru Cormorant) es uno de los libros de fantasía con más hype de los últimos meses. Sin embargo, a Antonio Díaz, a quien una vez más tenemos el inmenso placer de acoger en Sense of Wonder, parece no haberle convencido demasiado (y tras mi intento fallido de leer la novela, le doy la razón completamente).
¿Queréis saber por qué? Pues leed, leed esta jugosa reseña:
Banda sonora de la reseña: Antonio Díaz sugiere leer esta reseña escuchando Money, de Pink Floyd (Spotify, YouTube).
The Traitor de Seth Dickinson tiene un planteamiento interesante: Baru Cormorant es una niña que vive tranquilamente en una isla paradisíaca con sus dos padres y su madre (la poligamia es un modelo familiar normal). Entonces llega el “imperio”, que en este libro se esconde bajo el nombre de la Mascarada. Este imperio no conquista por la fuerza de las armas, sino por la de las matemáticas. El autor, en tres pinceladas, te explica cómo esta isla poco desarrollada se va volviendo más y más dependiente del imperio hasta llegar a un punto de no retorno. Momento en el cual Baru jura venganza y decide aprender todo lo que pueda de los estadistas imperiales para poder poner su sistema de rodillas.
No me extrañaría que Seth Dickinson tuviese formación como economista o sociólogo. El trabajo de pensamiento lateral que hace en The Traitor es increíble. Te sorprende con facilidad describiéndote paso por paso todas las estrategias que la Mascarada utiliza para doblegar a sus futuras colonias: el control del lenguaje, el adoctrinamiento en las escuelas, el control del dinero y del comercio con el papel moneda, la guerra bacteriológica, la potenciación y eliminación de ciertos rasgos en las especies humanas mediante la eugenesia, etc. ¡Y todo esto en un mundo de inspiración medievaloide!
El autor nos relata los inicios de Baru en su isla y sus posteriores destinos mientras nosotros estamos todavía flipando con este fantástico cóctel de ideas que desfilan ante nosotros. Tras un primer tercio brillante y una vez mis ojos se habían acostumbrado al resplandor de estos conceptos y las intrigas cortesanas que iban surgiendo me di cuenta de que no había nada más. No había apenas descripciones de los lugares o de las gentes con las que Baru se iba cruzando. Los viajes y otros cambios de localización eran bruscos, marcados tan sólo con un punto y aparte. Los diálogos insistentes y repetitivos. Los secundarios estaban desdibujados y sin carisma, reducidos a un puñado de clichés. Algunos personajes se escapan de esta definición al principio, pero terminan convirtiéndose en meros servidores de la trama, creados con el único fin de hacer avanzar la historia.
Lo peor fue la caída del personaje de Baru. Al principio te proponen un personaje casi sociopático, que valora las ventajas e inconvenientes de cualquier interacción social. Una joven que padece un trastorno paranoico apenas controlado y con una obsesión en la adquisición de conocimiento y la venganza. Aún cuando ya en el principio muestra ciertos apuntes de conciencia el libro te da a entender que son cosas propias de su juventud, pero que ya se le pasará cuando sea mayor. Sin embargo, pasado la mitad del libro te das cuenta de que el personaje comete errores que no son propios de ella y que da la impresión de que hace tiempo que va improvisando sobre la marcha y avanzando a golpe de su supuesta carisma y capacidad de convencer a los demás de su utilidad. Pero es algo que no cuela conmigo. La evolución del personaje es desastrosa. Su arco avanza satisfactoriamente al principio e incluso un poco rápido hacia el final del primer tercio, para luego pegar un salto imposible y avanzar a traspiés y trompicones el resto de la novela. Y del tema de los romances ni hablemos, porque el autor desperdicia oportunidades de darle dramatismo al libro o tridimensionalidad a Baru y a sus “amantes” a montones.
Con todo esto no quiero decir que el libro se desplome de repente, no es que tenga una primera parte genial y las siguientes más flojas. Lo que ocurre es que al principio todo el tema de la eugenesia, la economía de guerra y las maniobras que realiza Baru para mantenerse a flote me mantuvo pasando páginas como si mi vida dependiera de ello, pero luego te das cuenta de que con unas cuantas ideas no se escribe un libro. Escribir requiere un puñado de buenas ideas, un esquema claro y un cierto oficio con la prosa. Y el oficio no se le ve al libro por ningún lado.
A Seth Dickinson le ha faltado alguien, un grupo de lectores alpha y beta, un agente o un editor que hubieran leído el manuscrito inicial y le hubieran dicho que le falta profundidad, coherencia y echarle horas para pulir el texto. Así habría pasado de lo que en mi opinión es una oportunidad desaprovechada a un libro fantástico que podría haber sido uno de los éxitos del año. Por lo que a mi respecta pasa con mucha más pena que gloria.
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