Después de la pequeña gran decepción que me supuso Zendegi, me alegra poder decir que Greg Egan vuelve por sus fueros con The Clockwork Rocket, la primera novela en una trilogía que recibe el nombre conjunto de Orthogonal. Egan no brilla aquí a la altura metafísica de Axiomatic o Ciudad Permutación, por ejemplo, pero nos ofrece una más que notable obra de ciencia ficción auténticamente hard.
Lo primero que llama la atención de The Clockwork Rocket es que es una novela con prerrequisitos. Cualquiera que conozca al autor australiano sabe que sus obras no suelen ser lecturas fáciles y que cada pocas páginas aparecen complicados conceptos científicos que pueden suponer un reto para el lector no familiarizado con ellos. Sin embargo, en la mayor parte de los casos, unos conocimientos generales de relatividad, física cuántica y computación (de los que se pueden adquirir fácilmente en cualquier libro de divulgación al uso) suelen ser suficientes para seguir la narración de Egan. No es el caso en The Clockwork Rocket.
No contento con explorar los más recónditos recovecos de la ciencia real de nuestro mundo, Egan decide en esta novela crear un nuevo universo con leyes científicas completamente diferentes. El cambio, a nivel de ecuaciones, es relativamente (si me perdonáis el chiste fácil) sencillo: la métrica del espacio tiempo de Orthogonal no es lorentziana sino riemanniana, con lo que todas las dimensiones, tanto las espaciales como la temporal, se comportan de igual modo (para los lectores con inquietudes matemáticas: la matriz de la forma bilineal de la métrica de la variedad del espaciotiempo es la identidad, en lugar de la habitual de la relatividad general de nuestro universo que tiene distinto signo para las dimensiones del espacio y del tiempo; es decir, es una métrica de signatura (+,+,+,+) en vez de (-,+,+,+) o (+,-,-,-) como la nuestra).
Este pequeño cambio al nivel de las ecuaciones supone, sin embargo, un enorme cambio en las leyes físicas del universo. Por ejemplo, la velocidad de la luz deja de ser una constante universal. De hecho, la luz viaja a distintas velocidades dependiendo de su frecuencia. También, y esto resultará muy importante para la trama, los objetos que viajan a grandes velocidades experimentan un tiempo propio que transcurre más rápido que el de los objetos en reposo. Explicado de otra manera: en la famosa paradoja de los gemelos, el hermano que hace el viaje espacial regresaría más envejecido que el que se queda en la Tierra.
Aún hay muchas más consecuencias de esta modificación de las ecuaciones: a nivel químico, óptico... pero confieso que muchas de ellas se me escapan totalmente. Y es que Egan sumerge al lector, sin piedad ni contemplaciones, en un universo completamente extraño (nunca mejor dicho). Las 50 primeras páginas de The Clockwork Rocket deberían figurar, por méritos propios, entre las más desconcertantes de la ciencia ficción de todos los tiempos (que ya es decir). De ahí lo que mencionaba antes de los prerrequisitos. Como los conocimientos científicos del lector, por amplios que sean, van a servir de poco en este universo imaginado por Egan, la mejor forma de prepararse para la lectura de esta novela es echarle un vistazo, aunque sea breve y en diagonal, a los detallados y extensos documentos que el autor ofrece en su propia web explicando la física de Orthogonal. Son tan interesantes como aterradores resultan a primera vista, pero es que leer a Egan no es para pusilánimes.
Por si todo esto fuera poco, Egan crea una de las razas alienígenas más interesantes de los últimos años. Hay muchos aspectos de su fisología que resultan fascinantes, pero sin duda la palma se la lleva su forma de reproducción: las hembras de la especie, una vez que alcanzan una cierta edad, sufren un proceso de fisión por el que desaparecen y se transforman en cuatro crías, dos de cada sexo. Evidentemente, esta peculiar característica tiene profundas implicaciones en la organización de la sociedad y sirve de excusa a Egan para plantear diversas cuestiones morales.
Otro de los puntos destacados de la novela, como en casi todas las obras del autor, es la exploración del papel de la ciencia en el desarrollo y el progreso, aunque este es un tema que quizá se trata con más detalle en la continuación, The Eternal Flame, que me encuentro leyendo en estos momentos y de la que espero pronto contar mis impresiones aquí mismo. En cualquier caso, como es habitual en las narraciones de Egan, los científicos son los protagonistas principales de la historia y la encarnación de todo lo bueno y puro, frente a la irracionalidad (incluso, a veces, la maldad) de los que se aferran a las tradiciones y a las creencias sin ejercer un análisis crítico.
El derroche de imaginación de Egan en The Clockwork Rocket se ve empañado, sin embargo, por el que es el principal problema de la novela y que puede resultar insalvable para muchos lectores: la poca claridad de la exposición de algunos de los elementos científicos centrales de la trama. Pese a ser un autor que prácticamente ha adoptado el infodump como una forma narrativa, es notable la escasa habilidad de Egan como divulgador (pese a que me duela aceptarlo). En este caso, esta carencia es aún más manifiesta, puesto que no es posible suplirla con conocimientos propios. Así, algunas partes de la novela (no sólo el principio, que busca claramente provocar un extrañamiento en el lector) se hacen especialmente cuesta arriba cuando el lector se encuentra leyendo párrafo tras párrafo de temas de una gran dificultad intrínseca pero escasa y pobremente explicados. Por ejemplo, hay algunos capítulos que son, literalmente, clases universitarias a las que asistimos acomplejados y frustrados por ser incapaces de captar todos los conceptos explicados (mientras que los verdaderos alumnos tienen todos grandes iluminaciones de forma casi instantánea y sin esfuerzo). Desde luego, parte del problema son mis propias limitaciones intelectuales (reconozco sin rubor que nunca he estado especialmente capacitado para la visualización espacial de la física en general y de la mecánica en particular), pero creo que la responsabilidad final es el del autor, que no consigue comunicar adecuadamente una ciencia que, por lo que sabemos, sólo vive en su propia cabeza.
Aún así, The Clockwork Rocket es una obra que recomiendo totalmente a los fans de la ciencia ficción dura y, con algo más de reservas, a los seguidores de la ciencia ficción en general, ya que la exuberancia de ideas, la interesante especulación social y la fascinante raza alienígena que Egan imagina compensan con creces las dificultades puntuales causadas por la oscura explicación de algunos temas. Un inicio más que prometedor para una trilogía que puede convertirse en una obra de referencia en la CF hard moderna.