Me complace mucho anunciar que nuestro bienamado Pablo Bueno es miembro del jurado de los Premios Guillermo de Baskerville 2018, organizados por Libros prohibidos, y que nos ofrecerá en las próximas semanas reseñas de varios de los libros nominados. Comenzamos hoy con la antología Combustible Lovecraft, editada por Yolanda Espiñeira y Félix García. ¡Espero que os guste!
Banda sonora de la reseña: Pablo sugiere leer esta reseña escuchando Kissing the Shadows, de Children of Bodom (YouTube).
Hace poco he tenido el honor de ser incluido en el jurado que seleccionará a los ganadores de los premios Guillermo de Baskerville 2018. Concretamente, participo valorando la categoría de libro de relatos. Esta iniciativa, que parte de la web Libros prohibidos, tiene ya cinco años de madurez si incluimos esta última edición y trata de otorgar un merecido reconocimiento a editoriales y autores independientes en distintas categorías.
Por mi parte, realizaré tres reseñas que serán publicadas aquí, en Sense of Wonder. Aprovecho para agradecer una vez más a Elías Combarro su amabilidad y el permitirnos alojar en su web esta parte del proceso de los premios. Posteriormente, Libros prohibidos publicará el fallo del jurado que resultará de la valoración conjunta de sus integrantes.
Así que, sin más preámbulos, vamos con la primera reseña de estos candidatos a los Premios Guillermo de Baskerville 2018 en la categoría de libro de relatos: Combustible Lovecraft, editado por la siempre interesante Orciny Press y con selección de Yolanda Espiñeira y Félix García.
En cuestión de unos pocos meses he leído varias propuestas que, hundiendo sus raíces en la inspiración lovecraftiana, resultan muy distintas entre sí y, desde luego, muy alejadas del producto que todos tenemos en la cabeza cuando imaginamos al propio Lovecraft poniendo el punto y final a una de sus obras. Entre ellas, recuerdo con una sonrisa El archivo de las atrocidades (Charles Stross, Insólita editorial) por el desparpajo y el humor con el que habla de horrores cósmicos y el modo en que se enfrentan a ellos. Y es que, como dice Félix García en el genial prólogo que acompaña este Combustible Lovecraft, la herencia lovecraftiana está más viva que nunca. O más muerta, que en estos escenarios a veces no son ni mucho menos conceptos antagónicos. Además, hoy por hoy la inspiración que dejó el autor de Providence se ha independizado de él hasta el punto de que, incluso reconociendo los rasgos de su padre literario, los autores dan a luz a obras que, al menos en su cara externa, resultan muy distintas de las primeras manifestaciones lovecraftianas, incluidos sus múltiples clones. De ahí el nombre de esta antología: Combustible Lovecraft, porque todos los relatos que lo integran tienen una inspiración común y evidente, pero mueven vehículos que, en la mayoría de los casos, no se parecen nada entre sí.
Hay que empezar diciendo que, como en todas las antologías, hay relatos que nos llegan más y otros menos, pero el conjunto mantiene en este caso un nivel medio notable y, para demostrarlo y como muestra de la variedad que atesora, me gustaría destacar tres:
El primero, “Tras el horror”, firmado por el Colectivo Juan de Madre, destaca por crear un ambiente de irrealidad, de halo sobrenatural que no acaba de concretarse en algo sólido que agarre y estrangule, pero que resulta igualmente sobrecogedor. Esto, que podría ser un elemento típico de Lovecraft, toma en este caso un curioso tono documental que llega incluso a aportar fotos y dibujos como apoyo “material” de la narración. Dicho recurso contribuye a darnos una sensación de verosimilitud muy interesante. La historia nos habla de Diego V. quien, recién acabada la increíble posproducción de un proyecto cinematográfico, se centra en preparar su próxima película. Esta pretende tener como escenario Yonge street, la calle más larga del mundo (dato real) y ahí, (o quizá antes, debido a esa posproducción surrealista que comentábamos) las cosas comienzan a ponerse extrañas e interesantes. El conjunto nos ofrece un notable relato que parte de cuestiones mundanas tras las que se esconden fuerzas terroríficas que, sin concretarse en el típico monstruo de película mala, consigue esa atmósfera de inquietud desde la primera página.
En “Investigación de la escena de un crimen”, Javier Avilés nos presenta uno de esos relatos fragmentados en los que el lector comienza deliciosamente desubicado hasta que va entendiendo qué es realmente lo que ha pasado. En este sentido me ha gustado mucho la voz, digámoslo así para no revelar demasiado, ajena al personaje principal. Creo que su psicología está muy bien llevada, pese a la dificultad que supone, y conforma un pequeño bosquejo de lo ignoto que resulta creíble e interesante, tanto en el tono como en la conclusión última de sus actos.
La propuesta de Santi Pagés, “El caso del hermano Miller”, es uno de los relatos que más he disfrutado. El autor realiza una tremenda labor de creación no solo del escenario, sino del ambiente que nos mete dentro del mismo. La propia historia está muy bien llevada, dosificando la información, cuidando exquisitamente el lenguaje y haciéndonos caer más y más en el pozo que se atisba a lo lejos. El marco temporal resulta también espectacular. Es, probablemente, el único de la antología para el que no puedo resistirme a pronunciar la consabida frase: NOS DEJA CON GANAS DE MÁS. De hecho, por sacarle un pero, puede que la conclusión sea el único punto que decae un poco después del soberbio desarrollo.
Estos son los tres relatos que me han parecido más interesantes, pero cualquiera de los otros (incluido el prólogo, insisto) resulta una lectura interesante. Así, “Terror en Villalvarado” de Roberto Bartual nos presenta un relato en el que lo insólito se viste de normalidad en un ejercicio sorprendentemente divertido. El autor utiliza, además, elementos no convencionales para cuestiones que sí lo son hasta el punto de darnos sustos a cada página (¿Britney Spears? ¿En serio? No sabía si aplaudir o resoplar, pero el caso es que me estuve riendo un buen rato).
“Podéis ir en paz”, de Weldon Penderton, tiene la forma, el tono y el ambiente más rural que podamos imaginar. De hecho, podríamos decir que la primera parte resulta amable, casi hasta entrañable dentro de la oscuridad de las pequeñas comunidades aisladas llenas de prejuicios, pero también aferradas a sus ritos, a las relaciones estrechas de los vecinos o su aparente sencillez. Poco a poco, no obstante, se irá transformando en algo más oscuro a ojos de una recién regresada al pueblo.
“Nadadoras”, de Tamara Romero, propone un escenario y una premisa de partida tan sorprendentes que ni en cien años se nos habrían pasado por la cabeza a la mayoría. Francisco Jota-Pérez utiliza en “Cero Zen/TRAPEZOEDRO” la música como forma de hacernos caer en el fondo más extraño y oscuro, sobre todo a través de un original uso del lenguaje y la mezcla continua con términos técnicos.
Tony Fuentes y Albert Kadmon nos presentan en “El síndrome de Capgrass” y “La sinfonía y el retablo” los dos relatos más propiamente Lovecraftianos, a mi modo de ver, pese a su tono muy diferente. Ambos resultan opresivos y forman una espiral descendente desde la primera página, haciéndonos temer lo que está por pasar pero deseando al mismo tiempo verlo con avidez.
La conclusión es que todas estas propuestas beben del mismo combustible para hacernos llegar el aroma del maestro Lovecraft en una antología de un nivel medio notable. Y algunos de los relatos lo hacen, además, pasando por encima de la imitación del estilo para, utilizando algunos de sus condimentos más característicos, presentarnos escenarios y propuestas novedosas y enriquecedoras. Por mi parte se lleva, de momento, cuatro estrellas en Goodreads a la espera de lo que decida el jurado de estos Premios Guillermo de Baskerville 2018. ¡Estad atentos!
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