Seguimos con los colaboradores de lujo en Sense of Wonder. En este caso es Pablo Bueno quien reseña para nosotros Fantasmas, la colección de relatos de Joe Hill. ¡Espero que os guste!
Banda sonora de la reseña: Pablo sugiere leer esta reseña escuchando Ghosts, de Rage (Spotify, YouTube).
Ahí viene el primero de los problemas y el que más me ha enfadado, como se verá a lo largo de la reseña: todo en la presentación de este libro invita a creer que estamos a punto de embarcarnos en un viaje terrorífico de «visiones y pesadillas», desde la sinopsis que la acompaña, hasta los blurbs que se pueden leer en la cubierta. El mismo título —20th Century Ghosts en el original— parece bastante claro. Se trata de «una sorprendente y creativa narración de fantasmas» que nos llevará a «sentir miedo y a mirar por encima del hombro». Pero lo cierto es que hay poco terror entre sus páginas, aunque uno debe adentrarse, como mínimo, en el prólogo para averiguarlo.
En general, con algunas excepciones, aquellos relatos que entran dentro del marco del terror lo hacen más con un elegante coqueteo con la inquietud que con el miedo puro y duro que suele acompañar al género. Sucede con el relato que abre la colección, “El mejor cuento de terror”, que se acerca al propio concepto del terror desde un punto de vista psicológico que me ha resultado muy interesante y, puede que por mi poca experiencia de este mundo, también novedoso. El protagonista es un editor especializado en cuentos de terror, lo cual da pie a Hill para demostrarnos el conocimiento exhaustivo que tiene de dicho mundillo. También se permite un par de referencias a Carrie y al autor inglés Neil Gaiman que resultan especialmente curiosas por motivos obvios.
Puede que solo “La máscara de mi padre” plasme el sentido del terror que se mencionaba en la cubierta del libro. Esta historia resulta especialmente inquietante de principio a fin, aportando, además, una sensación de extrañeza o de irrealidad brillantemente conseguida. En ocasiones, casi nos hace dudar si el protagonista está despierto, soñando o algo a caballo entre ambos mundos. No obstante, es prácticamente el único relato en la línea de ese «sentir miedo y […] mirar por encima del hombro» que nos prometían en la cubierta del libro.
Y es que la mayoría de los relatos que integran la colección no son, ni de lejos, de terror. En muchos de ellos ni siquiera aparece la figura del fantasma, de un modo u otro. El ambiente es más bien de un cierto weird con distintos niveles de intensidad. Sucede con el exquisito “La ley de la gravedad”, probablemente el mejor de la colección y centrado en la historia de un niño hinchable. Esta historia es particularmente tierna, sorprendente y original, insinuando en ocasiones incluso una suerte de metáforas más profundas que la narración superficial. También hay que destacar el fabuloso “Reclusión voluntaria”, en el que el narrador nos va hablando de su hermano pequeño, aquejado, en principio, de algún tipo de dolencia mental que le hace sentir poco interés por el mundo real y una extraña fascinación, en cambio, por fabricar fuertes de juguete con cajas de cartón. “La capa” es, sin duda, otro de los más interesantes de la colección, especialmente por la potente voz de su protagonista y la personalidad que oculta. Pero, nuevamente, no encontramos en él, ni en los dos anteriores, ni rastro de fantasmas o de terror.
La segunda sorpresa, y la más chocante, es que unos cuantos de los relatos ni siquiera pueden considerarse de género. Hay algunos muy buenos, como “Bobby Conroy regresa de entre los muertos”. Sin embargo, ni siquiera ubicándolo durante el rodaje de La noche de los muertos vivientes se justifican las promesas de la portada. Otro ejemplo es “Carrera final”, una historia triste y angustiosa protagonizada por un joven cuya vida va cayendo en picado, pero que, definitivamente, no es de terror ni de género.
También hay algunos relatos que comienzan de un modo muy interesante, capaz de captar toda nuestra atención, pero que luego no culminan en un final a la altura. Dicho sea de paso, esa es la única crítica a los mismos, puesto que, exceptuando ese final, algunos de ellos me parecen brillantes. Un par de ejemplos podrían ser el prometedor “Oirás cantar a la langosta”, en el que el protagonista se despierta un buen día convertido en una especia de cucaracha gigante. Las referencias kafkianas —¡lo siento, tenía que decirlo!— son evidentes, sobre todo en lo que respecta a la normalidad con que lo asume el protagonista. Además, es necesario aplaudir las descripciones que hace desde su nueva visión insectoide, magistralmente reflejadas. No obstante, como decía, el final del relato se queda un poco cojo respecto al fabuloso trabajo anterior. Algo parecido sucede con “Mejor que en casa” en el que el protagonista es un niño con ciertos trastornos psicológicos. La visión que nos da de su vida y de los pensamientos que rodean sus obsesiones resultan también interesantes, pero al final parece quedarse en una obra a medias.
Sin embargo, una de las características comunes de toda la colección es la maña que demuestra Hill a la hora de hacernos empatizar con sus personajes. Esa ternura que muestra en ocasiones es también digna de elogio. Por si fueran pocas cualidades, me he vuelto a encontrar con algo que ya había experimentado en Locke & Key, y es su capacidad creativa, de inventar premisas sorprendentes y desarrollarlas de un modo que maravilla, como en el relato de aquel niño hinchable.
En resumen, Fantasmas es una colección de relatos algo extraña. Sin duda tiene una calidad media notable e incluso unos cuantos relatos fabulosos, del más alto nivel, pero no es menos cierto que las expectativas pueden jugar claramente contra la idea que el lector se forme de la misma. En mi caso, si no me la hubieran vendido como una antología de terror, seguramente mi impresión habría sido mucho más positiva. No obstante, me quedo con la paradoja de que algunos de los relatos que más he disfrutado contradicen lo que aparentemente ofrece este libro.
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