Es un verdadero placer volver a contar con Esteban Bentancour en Sense of Wonder, sobre todo si es para hablar (tanto y tan bien) de dos de mis obras favoritas de la ciencia ficción en español: Mala racha y Salir de fase, de José Antonio Cotrina. ¡Espero que os guste!
Banda sonora de la reseña: Esteban sugiere leer esta reseña escuchando Exit Music (For a Film), de Radiohead (YouTube, Spotify).
Cuando Palabaristas Press editó la versión digital de Mala racha y Salir de fase en un único volumen, Elías lanzó desde aquí una tentadora campaña para animar a Cotrina a escribir más historias ambientadas en el mismo universo. Desde entonces, aunque parezca mentira, han pasado más de tres años.
Ha tenido que
pasar todo ese tiempo para que al fin leyera unas novelas que, a finales de
2014, ya me habían seducido…; lo que hasta cierto punto me recuerda mi
experiencia con Iain M. Banks y El uso de las armas. No solo por el
tiempo que pasó entre que conocí las obras y las leí, sino por la fascinación
con que terminé de leerlas… y por la cara de tonto que me quedó después, por
haberme demorado tanto.
Y las coincidencias no acaban allí. Tanto en la novela de Banks como en las de Cotrina, a las vueltas de tuerca que pueblan sus historias, al sentido de la maravilla que desborda de sus páginas, a los dilemas morales que sugiere la trama, se suma el manejo virtuoso que hacen ambos autores de sus recursos estilísticos.
En la novela de Banks: el encaje perfecto de dos historias complementarias, lo que da pie a dos lecturas distintas (incluso a dos libros distintos) dependiendo de cuál de ellas se priorice. En las novelas de Cotrina: sus lecciones sobre la construcción del escenario.
Porque uno de los mayores méritos de estas novelas cortas es que, entre ambas, consiguen revelarnos un universo riquísimo, plagado de detalles y sugerencias, en menos de sesenta mil palabras… y eso —en tiempos en que la Space Opera suele padecer «paginitis»— resulta admirable.
Así que este artículo va ser un poco distinto de los que suelo escribir. En lugar de buscar referentes (Elías me señaló, por ejemplo, Y mañana serán clones, de John Varley) o de analizar los temas presentes en ambas tramas, voy a intentar exponer esas lecciones de worldbuilding que, como buen escritor que es, Cotrina ha sabido camuflar tras los bastidores de su historia.
Luna
Travelling literario
La primera de sus estrategias puede parecer evidente, pero no lo es… O no lo es, al menos, el modo en que Cotrina la ejecuta.
Seguro que has leído muchas escenas en las que el autor ha recurrido al desplazamiento de sus personajes para presentar sus escenarios.
A bote pronto, me vienen a la mente dos ejemplos concretos. Las primeras páginas de muchos capítulos de la bilogía La estrella de Pandora / Judas desencadenado, de Peter F. Hamilton, relatan el desplazamiento de alguno de sus personajes por un planeta o conjunto de planetas de su universo. Y la quinta parte de Marte Rojo, de Kim Stanley Robinson, es una larga «road story» en la que el autor expone, sin demasiada sutileza, las características urbanas, sociales y filosóficas de su sociedad.
Sin embargo,
estos dos ejemplos muestran muy bien el modo en que (habitualmente) suele
emplearse este recurso.
En el caso de las novelas de Hamilton, el desplazamiento es independiente de la trama. La historia (el avance argumental del capítulo) comienza cuando el personaje llega a su destino.
Por otra parte, las descripciones que tienen lugar durante el desplazamiento (y que sin duda son una fuente inagotable de asombro) construyen el worldbuilding por acumulación. Dicho de otro modo, la complejidad y grandeza del universo de Hamilton se debe, en gran medida, a la diversidad de entornos que describe; y esto solo puede conseguirse por medio de la acumulación de páginas.
Esto no es una crítica: admiro la vastedad de su universo y considero que es necesaria verdadera maestría, a la hora de exponer los datos, para lograr que ese tipo de descripciones atrapen al lector. Sin embargo, en una novela corta que intenta crear su universo esta estrategia es inviable. La forma en que ejecuta sus travelling debe ser diferente.
En el extremo opuesto está la quinta parte de Marte Rojo, en la que el protagonista atraviesa (apoyado en un MacGuffin no demasiado sólido) las principales ciudades y obras de ingeniería marcianas y, de paso, tiene conversaciones trascendentes en las que se le explican (de forma didáctica) las concepciones políticas, económicas, científicas e incluso religiosas de la nueva sociedad.
Una vez más, esto no es una crítica: si has leído mi artículo sobre Marte Rojo, sabrás la admiración que siento por el libro. En su quinta parte, la obra se convierte (adrede) en una «novela de tesis», lo cual puede ser discutible. Pero, al margen de la opinión que podamos tener al respecto, lo que me interesa recalcar es que ese es un lujo que una novela corta no se puede permitir.
Por lo tanto, el travelling no puede ser meramente descriptivo, ni tampoco puede ser una excusa para transcribir una tesis. Entonces, ¿cómo lo ha planteado Cortrina?
La clave para descubrir su estrategia está en el punto de la historia en el que se ubica el desplazamiento. La primera escena de Mala racha se desarrolla en un escenario «único»: la órbita, la superficie y las entrañas de Ío. Y en esa primera escena tiene lugar un suceso que sirve de detonante para el resto de la trama.
Solo tras haber captando nuestra atención (y nuestra curiosidad) con ese primer movimiento, Cotrina introduce el travelling para enseñarnos su «universo».
Esa disposición me recordó la empleada en (casi) todos los cuentos de Axiomático, la genial antología de Greg Egan: una escena inicial que nos introduce en la historia, y una segunda «escena» que nos explica el contexto.
Pero, donde Egan expone de forma explícita los cambios tecnológicos y sociales que determinan su mundo (algo que, por cierto, se le da realmente bien), Cotrina emplea el desplazamiento para mostrárnoslos de forma natural. No explica en qué consiste la compilación y el change, nos lo muestra cuando su protagonista cambia de cuerpo. No explica el sistema político y social definido por Sistema y Empresa, nos lo muestra en los contrastes entre exuberancia y pobreza de la principal ciudad de Europa (la luna de Júpiter). No explica los motivos de la guerra que devastó la Tierra, nos muestra sus consecuencias a través de una torre Eiffel que (irónicamente) está siendo trasladada de la Europa terrestre al satélite joviano.
Mostrar en lugar de explicar, como recomiendan todos los manuales de escritura. Sin embargo, transmitir la idea global de un escenario de Space Opera en cerca de dos mil palabras y a través de un único desplazamiento es llevar esa consigna al extremo… Y más si consigue «mostrarlo» sin que el lector se dé cuenta.
Solo por eso, su worldbuilding merecería ser estudiado en los talleres de escritura. Pero Cotrina utiliza unas cuantas herramientas más para nutrir su mundo.
Marte
Relatar en lugar de explicar
Ya que hemos hablado de «mostrar en lugar de explicar», veamos qué ocurre cuando no tiene más remedio que introducir información de forma explícita.
Un buen ejemplo de esto es el modo en que nos presenta (y explica) las sectas religiosas que pueblan el sistema solar en el sexto capítulo de Salir de fase: en lugar de hacer que el narrador exponga los datos, los transforma en reflexiones y anécdotas; en definitiva, las convierte en relato.
Veamos, por ejemplo, la introducción al tema que hace al principio del capítulo:
«Hemos avanzado tanto en el conocimiento del la mente y el cuerpo que nos hemos perdido por el camino. Ninguna de las antiguas religiones ha sobrevivido ante el avance poderoso y firme de la madre ciencia. Sin ningún motivo, mientras avanzo por las calles de Luna, recuerdo lo que leí una vez en un taller de cuerpos ilegales: “La mente es el sistema operativo del cerebro”. Sí, y con eso se resume todo. El reduccionismo ha matado la magia, ha matado los sueños. Hemos convertido el cerebro en simple software, hemos transformado el cuerpo en hardware y lo hemos hecho intercambiable. Y en el arduo camino de la vivisección no encontramos rastros del alma, ni pista alguna de dios ni en la galaxia ni en el universo visible».
A primera vista, estas frases son una reflexión personal en la que se incluye una pequeña anécdota. Sin embargo, de un modo indirecto, nos explican que en el escenario de la novela los humanos pueden cambiar de cuerpo sin dejar de ser ellos mismos —del mismo modo que un software puede correr sobre distintos hardware— y que, debido a eso, las antiguas religiones han desaparecido.
… Lo que no significa que no hayan surgido nuevas sectas. Y para hablarnos de ellas, Cotrina vuelve a emplear estrategias indirectas.
A una de las sectas la explica a través de un reportaje televisivo (un recurso que ya he leído otras veces, pero que encaja perfectamente en el devenir de la trama), al resto las explica por medio de narraciones, microrrelatos que recuerdan a Calvino; historias dentro de la historia como un juego de cajas chinas en el que todo tiene su espacio.
«Los que adoran a la Torre de la Divina Unión han dejado de buscar a Dios y han decidido construirse uno propio sobre la superficie de Europa, la luna joviana. Una estructura cárnica se eleva allí, construida siguiendo las indicaciones del Mentor de la Torre. Los fieles esperan con infinita paciencia el momento de formar parte de tan megalítica construcción cuando sus discos de identidad sean introducidos en la Torre y unan su conciencia individual a la conciencia grupal que está conformándose en el interior de la torre. El Mentor ha jurado que él no entrará en la Torre hasta que el último ser humano no lo haya precedido».
Por tanto, he aquí la segunda lección que podemos extraer de sus novelas: si no es posible mostrar, en lugar de explicar, siempre nos quedará el relato.
Detalle de Júpiter
Nombres propios
El tema de los nombres en las novelas de ciencia ficción (y muy especialmente en la Space Opera) es delicado.
Para empezar, por nuestra natural tendencia a suponer que las potencias actuales seguirán siéndolo dentro de cinco siglos. (Hagamos un ejercicio de ucronía, imaginemos a un escritor de Space Opera del siglo de oro: lo más probable es que su protagonista —el comandante de la carabela que, en el siglo XXI, surcaría la esfera celeste en busca de otros astros— se llamase Martín Mendoza).
Pero, además, porque el diseño de nombres exnovo (es decir, sin bases en la tradición milenaria de la humanidad) solo resulta verosímil si la obra, en sí misma, justifica su base alternativa. (Un buen ejemplo de esto —pero hay muchos— son los nombres neutros empleados por Ursula K. Le Guin en la sociedad de Anarres).
Dado que tanto Mala racha como Salir de fase son novelas cortas (y que sus temáticas no requieren de semejante especulación sociológica) la elección de los nombres podría haber sido un asunto secundario.
Llegado a este punto, debo reconocer que, al inicio de Mala racha, el nombre de su protagonista me rechinó bastante: Dorada James… Y sé que no he sido el único al que le ha pasado. En su (por lo demás elogiosa) reseña para Dreams of Elvex, Xavi apuntó que:
«Me ha gustado mucho el estilo del autor y las temáticas de los relatos. No creo que sea lo último que lea de Cotrina. Aunque tengo una pequeña crítica, un pequeño detalle que no empaña a la calidad final del conjunto: algunos de los nombres. No me convencen las combinaciones: Demetrio Takashi, Dorada James, Lancelot Sara... no me resultan nada creíbles, pero es algo anecdótico».
En efecto, al principio de la novela tuve la misma sensación… Hasta que en determinado momento se produce una vuelta de tuerca que explica su sentido.
No voy a explicarla aquí (porque sería un spoiler), pero sí diré que, por medio de esa vuelta de tuerca, Cotrina les brinda a sus nombres una base social, una justificación coherente que no solo los nutre de sentido, sino que los convierte en uno de los elementos más originales de su worldbuilding.
Lamento no poder ser más específico al respecto, sin embargo, me gustaría recalcar la idea de que, bien escogidos (o creados), los nombres pueden ser una buena herramienta para reforzar la solidez del entorno.
Ío
El escenario y las emociones
He dejado para el final las dos estrategias que más me han llamado la atención.
En la literatura realista, el empleo del escenario como trasunto (o amplificador) del estado de ánimo de los personajes es una técnica de uso común. (Alice Munro y Jonathan Franzen son maestros en la materia). Pero, ¿cómo hacer lo mismo cuando lo que estás describiendo forma parte de tu worldbuilding?; es decir, cuando lo que describes es, hasta ese momento, desconocido para el lector. Salir de fase propone una estrategia.
En su capítulo nueve, Cotrina describe una performance artística en la superficie de Marte y luego emplea ese escenario para profundizar en las emociones de sus personajes. Pero lo hace de un modo particular, inalcanzable para el realismo.
Como es lógico, sus primeros párrafos están dedicados a describir la representación. Sus imágenes, cargadas de sentido de la maravilla, exponen a un tiempo las posibilidades tecnológicas de ese futuro distante y un tipo de arte radicalmente original; un arte que no solo trasmite emociones, sino que la proyecta en la mente del espectador.
«En las alturas, recortándose contra el crepúsculo marciano, flotaba el
gigantesco cuenco invertido de Destello; su superficie pulida reflejaba la
brillante columna de luz que surgía del centro del cuenco y que llegaba hasta
el valle donde nos encontrábamos, dos kilómetros más abajo. (…) En la
superficie del cuenco invertido danzaban doce parejas trenzadas en bramante
tornasolado; los bailarines estaban separados de su pareja durante horas, hasta
que la pauta errática programada por Dulce Bosco hacía coincidir su baile
durante unos breves instantes, para luego volver a separarlos. Los espectadores
estábamos conectados a la red sensorial que completaba la obra y que nos
permitía seleccionar en todo momento qué sensación queríamos enfocar y sentir
de primera mano: la euforia de las medusas que llegaban a la meta o la agotada
angustia de las que luchaban contra la corriente de luz, el dolor de la pérdida
o la exultante alegría del reencuentro de los danzantes, aunque este se sepa
efímero».
Así, Cotrina toma una debilidad de la ciencia ficción y la transforma en una fortaleza: ya que es necesario crear el escenario, ¿por qué no definirlo explícitamente como un amplificador emocional?
Los personajes
que contemplan la representación están enredados (como los danzantes) en los
torbellinos del enamoramiento. Se aman con la desmesura de los primeros
tiempos; cuando el erotismo lo abarca todo y aún les cuesta creer que el otro
está a su lado…
¿Qué mejor metáfora de esa incertidumbre, de esa necesidad, que el escenario que acaba de describir?
Y lo más
interesante es que su valor expresivo no acaba ahí: una vez descrito, el
escenario pasa a ser «real», y por lo tanto puede servir de metáfora (de hecho,
lo hace) en futuras reflexiones.
Europa
Reflexiones abiertas
Exponer ideas filosóficas, sociales o científicas por medio de diálogos es uno de los recursos más habituales de la ciencia ficción, sin embargo, que sea habitual no significa que sea sencillo. Muchas veces los personajes caen en largos monólogos, o en explicaciones dadas a interlocutores que no deberían necesitarlas o, directamente, en el infodumping.
Es por eso que me interesa señalar el modo en que Cotrina utiliza esta herramienta. En ninguna de las dos novelas (y ten en cuenta que se trata de novelas cortas) emplea los diálogos para explicar el escenario…, sin embargo, eso no significa que no los emplee para construirlo.
De forma indirecta —por el modo en que unos personajes se refieren a otros, o injertando expresiones que se dan por sabidas (y que luego serán explicadas)— los diálogos le brindan solidez. Pero lo que me ha resultado más original es el modo en que introduce reflexiones abiertas. Elucubraciones que parten de un worldbuilding ya creado y que, al involucrar al lector, multiplican su verosimilitud… Además de convertirlo en una herramienta para reflexionar sobre la condición humana.
El ejemplo más claro es la maravillosa reflexión que aparece en el capítulo diez de Salir de fase, pero antes de citarla, me gustaría compartir una anécdota personal.
Hace un par de semanas, en su artículo sobre Éxodo (o cómo salvar a la reina), de David Luna Lorenzo, Javier Miró planteó una duda (más o menos) razonable:
«Me gustaría saber qué hace el ser humano en el planeta Zigurat, qué se le ha perdido allí, por qué tratar de colonizar un medio tan hostil en el que la vida es casi imposible y en el que el ser humano es poco más que un insecto».
En su momento (en un hilo de Twitter), comenté que (a mi entender) a través de ese medio hostil Luna buscaba explorar los límites de la condición humana, pero que, en efecto, la novela no brindaba ningún motivo para que la colonia estuviera donde estaba.
Sin embargo —por una de esas maravillosas serendipias que tiene la vida—, al día siguiente Cotrina expuso (¡en Salir de fase!) ese motivo que estaba echando en falta… O quizás no. Porque Cotrina no intenta imponer su verdad, sino plantear una reflexión abierta que sirva de base al lector.
«—Durante siglos el hombre especuló sobre la posible existencia de vida en las estrellas. Bueno, ahora ya estamos seguros: existe vida alienígena, sí señor, y somos nosotros (…).
—Bueno, no creo que haya que ser tan tajante, señorita Aurora. (…) Lo que
nos hace humanos no es el cuerpo que ocupamos sino esto —tabaleé sobre la
entrada del zócalo craneal donde estaba ubicado mi disco de identidad—. No
importa la forma, ni el color, ni el tamaño. Estemos donde estemos siempre seguiremos
siendo humanos.
—Suena muy bien, pero no me lo termino de creer, querido.
—¿Por qué no?
(…)
—El otro día vi un reportaje en Media Sinsonte que me hizo pensar —dijo—.
Era sobre los modelos Baakey que están usando los nuevos colonos de Tau Ceti.
(…) Estilizados cuerpos que tienen más que ver con mariposas que con seres
humanos (…). El núcleo del satélite es muy radiactivo y las fuerzas de marea a
las que está sometida la luna en cuestión hacen imposible vivir en su
superficie. (…) Sí, sé lo que me vas a decir: “La capacidad de adaptación del
género humano gracias a la arquitectura genética es prodigiosa. Bla, bla, bla”.
(…) Primero, no tengo ni puta idea de qué narices puede llevar al hombre a
querer adaptarse a infiernos como ese. Hay cientos de planetas en los sistemas
cercanos con mejores condiciones. Hay mundos idóneos para una vida humana
normal; son pocos, de acuerdo, pero están ahí, existen. ¿Qué nos lleva entonces
hasta lugares como esa luna perdida en Tau Ceti?
—Somos humanos. Eso es lo que nos lleva a querer conquistar lo
inconquistable».
Querer conquistar lo inconquistable… Ahí podría estar la respuesta tanto para Tau Ceti como para Zigurat.
Ganímedes
La preeminencia de la historia
Hasta ahora hemos hablado de la construcción del escenario. Pero todo lector de fantasía y ciencia ficción sabe que de nada sirve un buen escenario —por muy detallado y original que sea— si la historia que contiene carece de interés, si sus protagonistas son planos, si los personajes a los que estos se enfrentan no están bien definidos, si no hay giros que nos sorprendan y nos obliguen a seguir. De hecho, si falta todo eso, el worldbuilding termina siendo contraproducente, porque nos genera la frustrante sensación de que ha sido desaprovechado.
Por ese motivo,
en esta última parte quiero destacar la calidad narrativa de Mala racha y Salir de fase. Su sentido del ritmo, la claridad con la que se
expresan las motivaciones de sus personajes (y la coherencia con la que estos
actúan), el empleo de los recursos del escenario creado para introducir giros
en la trama…
En pocas
palabras, quiero destacar que las dos historias son excelentes, tanto por su
dinamismo, como por lo imprevisible de sus desenlaces. Cotrina juega con el
lector todo el tiempo, pero en ningún momento se nota su presencia, y eso, que
al leer sus novelas puede parecer sencillo, es una muestra de maestría.
Una de las
vueltas de tuerca más sorprendentes de Salir
de fase es aquella que la vincula con Mala
racha. Obviamente, no voy a hablar de ella aquí, pero he querido traerla a
colación por algo que comentó el propio Cotrina en una entrevista de Elías.
Ante la pregunta
de si habrá más relatos en el universo
de Mala racha y Salir de fase, el autor dijo que:
«No entra en mis proyectos actuales [la entrevista es de julio de 2013].
Tengo un calendario de trabajo bastante apretado, con un montón de historias
que escribir. No lo descarto, como creo que te respondí en su momento aún
faltaría una historia para redondear ese universo, la que uniría las dos
novelas cortas que mencionas. Puede que la escriba algún día y puede que no, el
tiempo lo dirá».
El efecto, como
él mismo señala «faltaría una historia para redondear ese universo», la que
uniría Mala racha con Salir de fase y convertiría a los tres
relatos en una única novela. O, para ser precisos, en un fix-up de novelas cortas…
Y si bien en 2013
ese formato no era nada habitual, en los últimos meses el propio Cotrina, junto
a Gabriella Campbell, nos han dado un excelente ejemplo de sus posibilidades…
Unas posibilidades que culminarán próximamente en su edición en un único volumen.
Por tanto
—pasados ya tres años de la llamada de Elías—, creo que es buen momento de
retomar la campaña y animar a Cotrina a escribir más historias ambientadas en
el mismo universo… O, al menos, a escribir esa tercera historia que unificaría
el proyecto.
El maravilloso
escenario que ha logrado crear sin duda lo merece… e intuyo que el nuevo
formato acercaría a más gente a Mala
racha y Salir de fase, dos
geniales novelas cortas que merecen una larga vida... aunque para lograrlo
deban cambiar de cuerpo.
Miranda
Madre mía, como analiza y escribe Esteban. No deja de sorprenderme, la verdad. Estas dos novelas de Cotrina descansan en mi kindle también y sé que debería ponerme con ellas por las buenas valoraciones que tiene. Lo que más me ha gustado: mostrar más que explicar. Es algo que ya he disfrutado por ejemplo ahora con "Estación central" (aunque creo que esta es más ideas que se le ocurren a Tidhar que nada concreto) y el lado emocional de los personajes. Un abrazo^^
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