Banda sonora de la reseña: Sugiero leer esta reseña escuchando Ghosts de Joe Satriani (Spotify, Youtube).
Después de leer The Bohr Maker, la novela con la que Linda Nagata debutó en distancias largas en 1995, no puedo evitar tener la sensación de que éste debería ser un libro mucho más conocido. Y digo mucho más conocido porque, a pesar de haber ganado el Premio Locus a la mejor novela de debut, no es un libro del que habitualmente se oiga hablar o que aparezca en muchas listas de recomendaciones. Y, en mi opinión, lo merecería porque me parece una obra muy relevante, como intentaré justificar en el resto de esta reseña.
Creo que The Bohr Maker es un libro importante por varios motivos. Por un lado, es considerado uno de los precursores del subgénero nanopunk junto a Queen City Jazz de Kathleen Ann Goonan (que, lamentablemente, tengo pendiente desde hace ya demasiado tiempo; a ver si le pongo remedio en un futuro cercano). Sólo por eso, creo que ya se ha ganado su puesto en la historia de la ciencia ficción, aunque el nanopunk (injustamente, si alguien me lo preguntara) no haya tenido el predicamento del cyberpunk, el steampunk u otros punks varios.
Pero ése no es el único ni el principal mérito de The Bohr Maker. La virtud más destacada de la novela, a mi humilde entender, es que es un ejemplo perfecto de obra que está en diálogo con el género, tanto con su pasado como con su futuro. Así, The Bohr Maker es claramente heredera de las preocupaciones del cyberpunk: el mundo hiperconectado, las malignas corporaciones que gobiernan por encima de los propios gobiernos, los implantes neuronales... Pero también recoge e integra otros elementos diversos, como la ansiada o temida (depende de a quién se le pregunte) singularidad que Vernor Vinge había puesto sobre el tapete no mucho tiempo atrás.
En este sentido, se nota en toda la obra la tensión, propia de un tratamiento maduro de la problemática de la integración cibernética cuerpo-tecnología (siguiendo la opinión de Joshua Raulerson), entre lo natural y lo artificial, que resulta aún más escalofriante y fascinante (depende, de nuevo, de a quién se le pregunte) por funcionar en la frontera nanoscópica existente entre ambos mundos. La oportunidad y la amenaza que suponen los makers, dispositivos nanotecnológicos capaces de transformar a los seres vivos, constituyen el conflicto fundamental en un mundo que, de otro modo, sería prácticamente utópico:
Citizens of the Commonwealth had everything they needed: perfect health; perfect bodies; safe environments; fine homes; family life; entertainment; art; opportunities to travel... They ought to want for nothing. But of course there would always be a certain percentage of the dissatisfied.
En la novela abundan los pasajes en los que se muestra muy a las claras esta preocupación, pero los dos fragmentos siguientes, totalmente contrapuestos por provenir de personajes antagonistas y con un claro conflicto de intereses, me parecen de los que mejor reflejan esta tensión. En primer lugar, tenemos el punto de vista de Nikko:
Perhaps the effort to control technological change had been laudable in the early days. But to Nikko's mind it had gone on too long, imposing too many limits in what could be a limitless world. Why designate the present human form as the end result of evolution when there were so many other possibilities?
Y, más adelante, Kirstin manifiesta claramente su posición:
Gaia was under attack by an infestation of human rats feeding on the carnage of unsustainable technological explosions that tore through the body of the Goddess like bullets, blood oozing from the ruptured web of life. But Gaia was old and strong and wily. She always produced corrective mechanisms.
Nagata utiliza muchos otros elementos de la tradición clásica de la ciencia ficción, como la clonación de cuerpos y los backups mentales (un poco a lo John Varley). Pero uno de los mejor integrados es, sin duda, el aforismo clarkiano sobre la tecnología y la magia. De hecho, para algunos de los personajes, los makers y su nanotecnología son magia, hasta el punto de organizar una pseudoreligión en torno a ellos:
"I've touched you with a spell. These wounds will not sicken now."
"A what?"
"A spell." How could she explain to him the complexities of the invisible world that inhabited her fingertips? The tiny sprit-servants that could weave spells on command from infinitesimal grains of matter. She had not understanding of them herself, and possessed no words that might interpret them to others. For her, explanations weren't necessary. A new instinct had roused within her, and as she knew how to eat and drink, so she knew how to heal with a touch.
Pero The Bohr Maker no sólo bebe de las ideas existentes en obras anteriores, sino que anticipa muchas otras que luego se verían en novelas de la relevancia de The Golden Age de John C. Wright, The Windup Girl de Paolo Bacigalupi o, sobre todo, River of Gods, de Ian McDonald. Con esta última novela hay, en realidad, gran número de semejanzas: la situación de parte de la acción en la India (o alrededores); la prohibición de ciertas tecnologías; las fuerzas policiales dedicadas a hacer cumplir esas prohibiciones; incluso el comienzo con cadáver flotando en el río (además de otros detalles que no desvelaré para no caer en el spoiler).
The Bohr Maker tiene un cuidadísimo worldbuilding, sí, pero destaca también en casi todos los demás aspectos. De hecho, esta novela es un magnífico ejemplo de cómo equilibrar de manera casi perfecta una sobresaliente ambientación con una trama dinámica, interesante y de excelente ritmo. Los personajes, por su parte, son carismáticos y están estupendamente desarrollados. Es imposible no admirar la ternura de Phousita, no odiar la frialdad y crueldad de Kirstin o no desesperarse con la tozudez de Nikko. Un gran trabajo el de Nagata en este apartado, que con muy poca exposición consigue retratar perfectamente a todos los protagonistas.
El único problema que encuentro en este libro es que los continuos cambios de escena pueden dejar al lector desorientado, casi con vértigo, en ciertos momentos. Puesto que son varios los personajes en los que se centra la acción y estos pueden, a su vez, tener distintas copias virtuales (ghosts, en la terminología del libro), hay instantes, sobre todo al comienzo de un nuevo capítulo, en los que se hace necesario un pequeño proceso de anámnesis para dilucidad quién es quién, qué copia es cuál, y en qué situación se encuentra cada uno. Un detalle menor, pero que puede resultar un pequeño handicap para lectores no especialmente atentos, como es mi caso.
Me cuesta mucho ser imparcial con The Bohr Maker porque tiene todo lo que le pido a una novela de ciencia ficción: gran worldbuilding, buen ritmo, personajes carismáticos y, sobre todo, montones de grandes ideas. Sin embargo, y haciendo mi mayor esfuerzo por ser objetivo, creo no equivocarme al afirmar que ésta es una novela que todo aficionado a la ciencia ficción debería leer porque, como decía arriba, me parece un libro importante. Para mí, al menos, ha supuesto el descubrimiento de una maravillosa autora de la que pienso leer mucho, mucho más. Por el momento, me ha faltado tiempo para hacerme con unos cuantos libros suyos más. Pronostico que no pasará mucho antes de que una nueva reseña de una obra de Linda Nagata ocupe estas líneas.
Nota: Este post forma parte del especial El género y el género con el que estrenamos el recién inaugurado blog de El Fantascopio.
Nota: Este post forma parte del especial El género y el género con el que estrenamos el recién inaugurado blog de El Fantascopio.
Me encanta el especial y el libro tiene una pinta excelente. En esto del nanopunk, ¿entraría "La era del diamante" de Neal Stephenson?
ResponderEliminarMe alegro mucho de que te guste el especial. Es algo en lo que hemos puesto mucha ilusión y mucho trabajo y nos encanta que a la gente le interese.
ResponderEliminarY, sí, el de Stephenson sería otro ejemplo paradigmático de nanopunk.