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Richard Calder |
La próxima semana Dilatando Mentes publica Babilonia, de Richard Calder, y mi buen amigo Félix García ha entrevistado al autor para Sense of Wonder. Es un placer y un honor para mí ofreceros esta detallas y muy interesante entrevista, que también podéis leer en inglés. ¡Espero que os guste!
La trayectoria de Richard Calder en nuestro
país tuvo un prometedor comienzo en 2003 con la publicación en el espacio de
escasos meses de Malignos (Gigamesh,
2003) y Chicas Muertas (Gigamesh,
2003), siendo esta última el comienzo de una trilogía cuyas segunda y tercera
partes nunca verían la luz entre nosotros. Desde entonces han transcurrido
trece años en los que los seguidores españoles de Richard Calder no hemos
tenido más remedio que recurrir a la importación. La publicación de Babilonia (Dilatando Mentes, 2016) viene
a poner fin a este largo silencio, ofreciendo al lector español un nueva
oportunidad de conocer a obra del que
fue celebrado como uno de los autores más extraordinarios del post-cyberpunk.
FG: Trece años es un largo período de tiempo, incluso sin tener en cuenta
que la fecha de publicación original de Chicas
Muertas se remonta a los albores de los tiempos (1992, para ser más
precisos), así que la primera pregunta es obligada: ¿Qué tipo de sorpresas se van a encontrar los lectores veteranos de Richard Calder en Babilonia?
RC: Babilonia es, cosa rara en mí, una novela histórica o, al menos, con contexto
histórico, ya que está ambientada en Londres en 1888, el año de los asesinatos
de Jack el Destripador. Pero, como también tiene mundos paralelos, portales
interdimensionales y usa otros muchos artefactos de ciencia ficción, también es
una novela steampunk: una que explora
no sólo su propio mundo de fantasía, sino la naturaleza de la fantasía en sí
misma, o sea, lo que significa soñar sueños oscuros y dejarse seducir por los
mismos. Tal y como el vídeo promocional de Babilonia
sugiere, los sueños oscuros del Destripador, y la fascinación morbosa y lasciva
que genera su personaje prefigura los grandes crímenes, criminales y
tentaciones del siglo XX, tal y como revelaría el análisis freudiano o
reichiano del nazismo. Los lectores veteranos, por tanto, redescubrirán cierto
tema recurrente en un marco narrativo nuevo.
FG: Las últimas dos décadas han supuesto para el género de ficción
especulativa, o, al menos, lo que antes era relativamente fácil identificar
como tal, una auténtica explosión cámbrica de subgéneros y sub-subgéneros,
asistida por el siempre servicial sufijo –punk
y con la añadidura de un new o un post siempre que sea necesaria. Hemos
vivido el steampunk, el dieselpunk, el mythpunk, el nanopunk, el
new weird, la new wave of new new wave of british space opera… no cabe duda de
que estamos ante una desbordante demostración de creatividad, lo que no está
tan claro es si esta creatividad proviene de los autores o más bien de los
departamentos de marketing de las editoriales. A tu juicio, ¿cuántas de estas tendencias, si es que
alguna, logra ofrecer al lector algo genuinamente nuevo que no haya sido ya
adelantado por, digamos, la primera oleada cyberpunk
o la new wave de los 70?
RC: Creo que sería útil distinguir entre “nuevo” y “auténtico”. La novedad,
la originalidad, está muy bien, pero pocas veces se justifica a sí misma y, en
cualquier caso, está sobrevalorada. Neuromancer,
de Gibson, fue percibido como una voz genuinamente nueva, representativa de una
nueva manera de escribir ciencia ficción, combinando el mundo de la literatura
y el cine noir con tropes de la ciencia ficción. Lo que
gran parte de la New Wave de los
60/70 y el primer cyberpunk tienen en
común es la idea de que cualquier cosa es posible en la ci-fi, lo que quiere
decir que los escritores pueden desarrollar sus visiones personales, crear
mundos usando los recursos de la ciencia ficción sin sentirse constreñidos por
ellos: mundos que resultaban auténticos y no de segunda mano y, por tanto
necesariamente de segunda categoría. Mucha de la ciencia ficción actual está
correctamente escrita, maneja buenas ideas y atmósferas; pero las más de las veces
resulta gastada, vieja, agotada (aburrida, en una palabra). Esto se debe, tal
vez, al hecho de que los autores parecen perversamente desvinculados de su
propia obra, reticentes a escribir lo que quieren o lo que aspiran a escribir
y, en vez de esto, consumidos por los imperativos del mercado y lo que el
mercado espera de ellos.
FG: Pero tal vez el fenómeno más destacable en lo que llevamos de siglo sea
la progresiva desaparición de la frontera que separaba la literatura “de
género” de la “ficción literaria”. Constantemente vemos a autores literarios
como Ishiguro o Houellebecq recurrir a tropes
antaño asociados a la ciencia ficción-fantasía y, al mismo tiempo, escritores
que antes quedarían marginados en el cajón de la “ficción popular”, ahora
pueden aspirar al reconocimiento de los críticos y a los premios de la
industria (o al revés), como demuestra el caso reciente de Kelly Link y el caso
aún más reciente de Andrew Michael Hurley. Todo parece indicar que donde antes
había compartimentos estancos se extiende ahora un continuo. ¿Cómo valoras este fenómeno y, sobre todo,
en qué punto de ese continuo te gustaría estar con tu obra?
RC: Voy a empezar por reconocer que soy un gran fan de Houellebecq. Y
cualquier continuo que incluya no sólo incluya ficción de género sino arte bajo
y alto me gusta y es algo de lo que definitivamente querría formar parte.
También he de decir, sin embargo, que no tengo ningún problema a la hora de
describirme como un escritor de ciencia ficción (que es como realmente me veo a
mí mismo), en lugar de hacer concesiones a la vergüenza de ser percibido como
escritor de un género que la mayor parte de la gente identifica con la
sensibilidad juvenil de Star Wars.
(Siempre he encontrado los términos alternativos “ficción especulativa” o “slipstream” bastante bochornosos).
Pongamos por ejemplo la fantástica novela de Will Wiles The Way In, que no suele reconocerse como ciencia ficción, pero que
claramente lo es. Y lo mismo podríamos decir de Ice de Anna Kavan. Da la impresión de que cuando la ciencia ficción
logra la excelencia, cuando es genuina y auténtica, no soportamos seguir
llamándola ciencia ficción por no asociarla con las patrañas poco inspiradas
que pueblan las estanterías del ramo en Waterstones
y otras cadenas de librerías.
FG: Hablando de departamentos de marketing,
“sexo” y “erotismo” son palabras que se
repiten en las promos de tus novelas, nada extraño a priori, ya que se cuentan
entre los principales intereses del homo
sapiens. Lo que si resulta extraño es la reticencia con la que la
literatura de ciencia ficción se ha acercado a este asunto, algo que podríamos
explicar por el puritanismo de tiempos pasados, pero que incluso hoy día logra
que las escenas eróticas sean algo raro en una novela de ciencia ficción, raro
en el sentido de poco frecuente y raro en el sentido de raro, también son
normalmente los momentos en los que la prosa pasa de mala a peor. ¿A qué crees que se debe este persistente
fracaso a la hora de representar el impulso sexual humano?
RC: El género de la ciencia ficción siempre ha sido esencialmente
conservador, muchas veces reaccionario. Esto puede parecer extraño viniendo de
una literatura que, al menos en teoría, se centra en lo extraño, en cómo
podemos entender lo extraño y, por extensión, la diferencia y la multiplicidad
en la naturaleza y la cultura. Y por supuesto que siempre ha existido miedo, a
veces incluso horror –si sus variaciones se extienden más allá de los
parámetros que se consideran permisibles en un momento dado- a la sexualidad.
El fracaso en la representación que citas se
debe tal vez en parte al hecho de que esos parámetros están necesariamente
integrados en el lenguaje, lo que supone ciertos problemas para el escritor. El
impulso sexual se representa habitualmente a través de la sublimación, hablando
de forma ostensible de religión, misticismo, idealismo o política más que de
erotismo, cuyo lenguaje es parco y a menudo degradado ( y esta es por supuesto
la clave temática de Babilonia);
mediante el uso, por ejemplo, del lenguaje y simbolismo de la religión o la
política, en lugar de un lenguaje del erotismo del que aún no disponemos,
siendo que el lenguaje y simbolismo que realmente disponemos sería
inmediatamente censurado o, peor aún, tachado de “pornográfico”, palabra que
pongo entre comillas porque no designa una cosa o conjunto de cosas sino una
tesis, la tesis de que tal representación no tiene esencialmente ningún valor.
El problema, en el fondo, es el que supone la
vida interior, que es tanto como decir el cultivo de la fantasía: algo que por
su propia naturaleza debe estar siempre enfrentado al orden establecido, para
el que la vida subjetiva, si es auténtica, y por tanto dotada de poder, supone
una amenaza constante. Como me considero a mí mismo un disidente, tanto como
escritor como en mi vida personal, estoy más bien del lado de los artistas que
se enfrentan al orden establecido con la intención de subvertirlo. La
sexualidad, lo erótico, es un medio para esa subversión, tal vez el más
poderoso. Y la construcción de nuevos modos de representación lingüística es el
modo por el que nos aproximamos a tan ansiada meta.
FG: Uno de los aspectos que más me ha llamado la atención de tus novelas es
la perceptible influencia francesa, que abarca desde escritores como Baudelaire
o Proust, hasta autores inclasificables como Bataille. Y esto en un campo como
el de la ciencia ficción donde me atrevería a afirmar que existe una cierta
fobia estética y filosófica por lo francés, habitualmente percibido como alguna
forma de post-estructuralismo postmoderno y, por lo tanto, como el diablo con
cuernos y rabo tal y cómo se lo representa el moderno neopositivista analítico
globalizado. ¿Cómo llega a ti esta
influencia y qué papel ha jugado en tu obra?
RC: Lo que hay en la ciencia ficción –lo que siempre ha habido, aunque con
notables excepciones- es un rampante y orgulloso filisteísmo, y también, por
supuesto, aunque de forma increíble, anti-intelectualismo. (Las excepciones,
por supuesto, siempre están presentes. Yo crecí leyendo a Brian Aldiss, cuyo Report on Probability A se inspiraba en
Allain Robbe-Grillet y el noveau roman).
Personalmente, me siento más influido por Baudelaie, Proust o Bataille que por
cualquier escritorzuelo de ciencia ficción de la Golden Age, o, ya puestos, por la ciencia ficción contemporánea.
Pero, como digo, siempre hay excepciones y estas excepciones son las que hacen
que el género merezca la pena.
Últimamente he pensado mucho en Bataille;
estoy usando algunas de sus teorías (sobre todo sus teorías económicas y el
concepto de parte maldita) en una novella
que estoy escribiendo.
FG: En las últimas dos o tres ediciones de los premios Hugo, hemos visto
como lo que en otro tiempo había sido la expresión de la voluntad primigenia
del fandom (norteamericano) se
convertía en el escenario de una lucha política, con la consiguiente invasión
de agendas conservadoras y liberales que comprometen la objetividad de los
premios. ¿Esto debería producirnos algún
tipo de preocupación o, por el contrario, vienen a hacer que los premios Hugo
resulten interesantes de nuevo? En otras palabras ¿para qué sirven los premios literarios, si es que sirven para algo?
RC: Para ser sincero, nunca he estado interesado en los premios Hugo; nunca
los encontré ni remotamente atractivos. Como la mayoría, he estado al corriente
de los recientes sobresaltos, pero no han hecho mucho para avivar mi interés.
No voy a convenciones y no soy un “fan”, así que para mí todo este jaleo no es
más que ruido de fondo.
FG: Al hilo de esto mismo, tus narradores, al menos en Malignos y Chicas
Muertas, son arquetipos o, más bien, anti-arquetipos campbellianos, héroes
representados como machos narcisitas a lo Humbert Humbert, personajes que
tienen todas las papeletas para convertirse en blanco de las iras de los
sectores más progresistas. ¿Crees que en
ocasiones el furor justiciero de estos luchadores por la igualdad puede
llevarles a ignorar los aspectos críticos, irónicos o directamente cómicos de
estos personajes y proceder en consecuencia al linchamiento público de obra y
autor o, por el contrario, estos temores son infundados y han sido introducidos
en la cultura contemporánea por siniestros think-tanks
ultra-reaccionarios?
RC: No estoy muy seguro de a qué “miedos” te refieres aquí, pero asumo –ya
que mencionas a Humbert Humbert-, que te refieres al miedo al abuso de menores,
un miedo que –por lo menos en UK y desde hace ya algún tiempo- ha degenerado en
pánico moral, o sea, un pánico que tiene una base real, pero es exacerbado por
los mass media y los grupos de
presión hasta convertirlo en algo que puede considerarse histérico, casi
mítico, la historia de una invasión alienígena.
Muchos de mis libros tratan sobre jóvenes que
–como Iggy y Primavera en la trilogía Chicas
Muertas- son variaciones del tema de los amantes desgraciados al estilo de
Romeo y Julieta, y que significativamente, creo, son de la misma edad. Babilonia, por el contrario, trata de
una joven que realmente es seducida por un hombre u hombres mayores, así que hay
en la narrativa un elemento que podría ser descrito como cronofilia recíproca.
La seducción no es abiertamente sexual, pero todo el libro está imbuido de una
atmósfera de perversidad sexual que remite deliberadamente a otras seducciones
– digamos seducciones cómplices- entre los demagogos y la población,
específicamente, la seducción y violación de Alemania por parte de Hitler.
Al final, cuando los lectores, o los críticos,
señalan a un autor y lo acusan de algún tipo de complicidad, estamos
presenciando el fenómeno que Oscar Wilde describió como “la furia de Calibán al
ver su propio rostro en el espejo”. Este es un fenómeno presente en todos los
linchamientos, sean estos reales o sugeridos. El humor negro, así como el
contexto, serán, en tales ocasiones, convenientemente ignorados.
FG: ¿Qué
opinión te merecen la autoedición, el crowdfunding,
los blogs de reseñas, las redes sociales y todo lo que contribuye a borrar la
frontera entre emisor y receptor en el mercado literario?
RC: El mundo editorial ha cambiado de forma radical. Es difícil mantenerse
al tanto de todas las novedades. En general, encuentro estos cambios
estimulantes. Soy optimista sobre el futuro de lo que podríamos llamar la
edición delegada.
FG: Un amigo dice que, aunque alguna gente desprecia a Michael Moorcock por
asociarlo a sus sagas de espada y brujería escritas en los sesenta y setenta (y
que están muy bien, todo sea dicho de paso), la totalidad de los escritores
británicos contemporáneos que merecen la pena le rinden culto. Por lo que he
leído en tus novelas y entrevistas, formas parte de este exclusivo club y, como
fan de Moorcock, no quiero dejar pasar la oportunidad de preguntarte por su
influencia en tu obra, en la ciencia ficción británica, en la literatura
británica en general, hasta el infinito y más allá.
RC: Crecí leyendo las maravillosas sagas de Michael Moorcock sobre el
Campeón Eterno. Mi propia novela Malignos
es de alguna forma un homenaje a Moorcock. Su influencia es profunda en mí. Es
cierto que sus relatos de aventuras de espada y brujería se escribieron, en
parte, para mantener New Worlds a
flote. Y New Worlds, fue, esto hay
que decirlo, otra poderosa influencia tanto en mí como en otra mucha gente. Era
una época en la que existía el sentimiento real de que la ciencia ficción podía
hacer cualquier cosa, ir a cualquier sitio, que había sido liberada del género,
que ahora podía apropiarse de otros géneros, que podía ser vanguardista y
popular al mismo tiempo. También admiro el trabajo posterior de Moorcock. Gloriana o The Brothel in Rosenstrasse son ejemplos que me vienen a la mente.
FG: Por último, espero que Babilonia
sea sólo el comienzo de tu retorno a las librerías españolas y en ese sentido
me gustaría que nos hablaras de tus proyectos (literarios o de otro tipo) para
el futuro inmediato.
RC: Estoy trabajando en una novela corta, o un cuento largo, que podría
formar parte de un proyecto más grande, tal vez inconcluso, que
provisionalmente titulo The Secret Museum.
Puede que suba pronto un extracto del work
in progress a mi página web. Como implica el título provisional, la
historia, o historias, tratan de piezas y exposiciones en un museo ficticio que
tiene algunas similitudes con el Museo Británico. Estas piezas son artefactos
provenientes de dimensiones paralelas. El formato es parecido a lo que ya
intenté en historias como The Catgirl
Manifesto: an Introduction (disponible en mi página web) en el sentido de
que es un falso ejercicio académico, parte ensayo, parte narrativa. El proyecto
incluirá fotografías, ilustraciones y trabajos artísticos tanto míos como de
otros, así que esa parte del proyecto será colaborativa. Me gustaría hacer más
colaboraciones, una vez terminada la novela gráfica de Dead Girls con Leonardo Giron.