De nuevo tenemos el honor de contar con Pablo Bueno en Sense of Wonder, en esta ocasión con una reseña de El hombre que nunca sacrificaba las gallinas viejas, de Darío Vilas. ¡Espero que os guste!
Banda sonora de la reseña: Pablo sugiere leer esta reseña escuchando Arizona, de Nuclear Bulldozer (Bandcamp, YouTube).
Llegué a esta lectura por recomendación
de un amigo, pero sin tener ni la más remota idea de lo que me iba a encontrar.
Sabía que a Darío Vilas se lo vincula con el terror, no en vano la historia que
nos ocupa fue galardonada con el Premio Nocte de 2014, pero no conocía nada de
la misma. Me alegro de que haya sido así porque, de este modo, el libro me ha
sorprendido, aparte de tenerme atrapado los dos días que me aguantó y, por
encima de todo, hacerme disfrutar muchísimo.
Para dar algo de espacio a la consabida
lucha de etiquetas podemos decir que la historia coquetea con el terror, el
weird, la novela costumbrista, las de fantasmas e incluso puede que también
tenga algo de thriller. Sin embargo, no se viste claramente con ninguno de
estos pelajes, lo que me hace pensar, habiendo leído solo este libro del autor,
que se encuadra más en su propio estilo que en un género propiamente dicho.
Al poco de abrir el libro nos encontramos
con su protagonista, Marcos Laguna. “Marquitos”, como casi todos lo conocen
pese a sus “dos metros de hostias”, abandonó repentinamente unos años atrás la
fábrica en la que trabajaba con la excusa de sentirse libre de las ataduras del
sistema. En el momento en que lo conocemos, tiene un pequeño terreno con un
huerto, sus propias vides y se mantiene vendiendo vino a los vecinos. También
vende huevos, porque tiene gallinas. Algunas de ellas, gallinas viejas:
“―Nunca sacrifico las gallinas viejas. Me
da igual que ya no pongan, cumplieron con su servicio, me dieron todo lo que
podían y se merecen un retiro digno”
Pero Marcos es mucho más de lo que se
puede ver en los preliminares, por aquello con lo que convive y por lo que dejó
atrás. Dejémoslo ahí, no sin antes señalar que esa primera escena, libre de
todo lo que nos encontraremos más adelante, me ha parecido soberbia. Es un
momento en el que la trama reposa, aparentemente, pero lo que el autor nos
muestra está tan bien narrado, es tan descriptivo de los dos personajes que la
pueblan, que no puedo sino aplaudir.
Sin embargo, el ambiente en el que se
desarrolla el grueso de la historia es sofocante, inquietante, extraño. La isla
de Simetría da miedo pese a las cuatro pinceladas con que Darío la describe.
Son suficientes. No hace falta más que conocer a unos cuantos de sus inquilinos
y las circunstancias y consecuencias que los rodean para darnos cuenta de que
es mejor no ir a veranear allí.
La novela es tan breve y se mastica con
tanta velocidad que prefiero no ahondar en el argumento, aunque me gustaría.
Del mismo modo, el estilo que se despliega para componerla sería digno de una
larga conversación: la prosa pasa de lo más sublime a lo más cochambroso en un
instante y siempre siguiendo fielmente las exigencias del guion. Darío muestra,
además, una facilidad insultante (para los colegas de profesión, quiero decir)
para lograr imágenes poderosísimas, para jugar con las palabras, con las
metáforas, de una forma que logran una fuerza descriptiva enorme y certera. Y
lo hace con la duración exacta que la historia necesita; no hay ni un párrafo
de más en este libro.
Esto último es, quizá, lo único que se le
puede achacar a la novela, y solo tras un forzado ejercicio de búsqueda de pies
al gato: la prosa está tan bien ejecutada y el ambiente es tan sobrecogedor que
casi eclipsan a la propia trama de la historia; casi nos gusta más leer el cómo se narra que el qué sucede.
Algunas de las citas que encabezan los
capítulos merecen también una mención de honor, especialmente las de Rafael
Marín e Ignacio Cid Hermoso. La de este último, en particular, es tremenda por
lo bien que le viene a la historia de Darío:
“Las nuevas oportunidades crecen entre la
maleza y no se dejan regar con el agua de la lluvia. Brotan con la sal de las
lágrimas y con la sangre de quien no tiene la culpa de que estés solo”.
No hay mucho más que pueda decir sin
entrar de lleno en el argumento como un rinoceronte en una fábrica de estatuas
de cristal. Es un libro que merece la pena leerse y Darío ha realizado un
trabajo soberbio en él. Mi más sincera enhorabuena.
Hola :) Hace poco a alguien le vi que estaba leyéndolo por twitter o GR, y dije, vaya nombrecito, esto tiene pinta rara pero llama la atención. Diferente que no encaja en ningún género, interesante (aunque siga sin saber realmente de que va, eso es la gracia supongo), con una narración poderosa y corto. Esta vendido y me viene perfecto para las épocas como ahora que no dispongo más que de media hora al día para dedicar a la lectura. Un abrazo^^
ResponderEliminarTotalmente de acuerdo con Mangrii. Sólo por el título ya lo descartaría, pero con la reseña has llamado poderosamente mi atención sobre él. Muy buen trabajo :)
ResponderEliminar¡Gracias, chicos! Os aseguro que, como mínimo, si lo leéis, no os dejará indiferentes.
ResponderEliminarEste fue un libro que disfruté hace un tiempo. Me sumo a la recomendación de Pablo Bueno. Y en cuanto al título, a mí me pasó exactamente lo contrario. Fue verlo y querer saber más de la novela. Además, recuerdo que cuando la buscaba, fui a preguntar a una librería y mientras le preguntaba por ella notaba cómo se le iluminaba la cara al librero al escucharlo y terminó diciéndome que no lo tenía con una sonrisa cómplice en la cara como queriendo decir "pero lo buscaré" :D.
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