Pablo Bueno hoy nos trae la reseña de todo un clásico de la ciencia ficción en español: Memorias de un merodeador estelar, de Carlos Saiz Cidoncha (tristemente fallecido este año). Espero que os guste y os animéis a buscar esta divertidísima novela, si es que aún no la habéis leído.
Banda sonora de la reseña: Pablo sugiere leer esta reseña escuchando Hoy comamos y bebamos, de Juan del Enzina, en la versión de Jordi Savall (YouTube, Spotify).
La expresión rara avis se utiliza cuando una persona o cosa se considera poco común o tiene alguna característica que la diferencia de las demás de su misma especie. Y, si bien es cierto que se usa con cierta frecuencia, creo que este es uno de esos casos en los que define perfectamente lo que tenemos entre manos.
Comencemos poniendo en contexto la obra: Memorias de un merodeador estelar se publicó en 1995. Hace cuatro días para los que éramos adolescentes en aquellas fechas; hace varias eras de los hombres para los más jóvenes que nos estén leyendo. Hablamos, por tanto, de una época en la que el fandom español ya estaba formado tras dejar atrás unas primeras etapas complicadas, como ya ilustramos aquí.
En aquellos tiempos, el recientemente fallecido Carlos Saiz Cidoncha ya llevaba publicadas un buen puñado de obras (su primera novela data del 78) y se lo consideraba uno de los grandes representantes de la ciencia ficción patria. No solo eso, puesto que fue uno de los creadores de las hispacones, mantuvo durante toda su vida una intensa labor divulgativa sobre el género y la cultura en general y llegó a ser una persona extremadamente culta y formada en muchos y muy diversos ámbitos. Recomiendo encarecidamente echarle un vistazo a su página en la Wikipedia, pues esconde más de una sorpresa.
Pero centremos la mirada en la obra que hoy nos ocupa, puesto que hablar sobre la figura de su autor podría llevarnos horas y, sin duda, no terminaríamos. Repitamos, por tanto, que estamos ante una propuesta realmente sorprendente. La primera descripción que nos viene a la cabeza, y he de decir que en esto no he sido nada original, puesto que es algo que luego he visto escrito por más de uno, es la de que estamos ante una especie de Lazarillo de Tormes llevado al plano espacial de la ciencia ficción.
Esto sucede no solo por las cuestiones profundas que cimentan la narración, como veremos, sino porque Cidoncha realiza un extraordinario trabajo con el lenguaje. Permitan que me detenga un instante más aquí: es de agradecer y, aún más, de quitarse el sombrero, lo que el autor consigue “solo” con el modo de elegir y colocar las palabras, puesto que desde el primer momento dota a su novela de una pátina de antigüedad, de óxido, de vieja gloria que contrasta de un modo delicioso con el lejano futuro en que se ubica y que, como supongo que era su deseo, nos hace inevitable el recuerdo de la novela picaresca clásica española.
Con tal osadía, Cidoncha nos arroja a un futuro lejano en la que una pasada hecatombe acabó con el glorioso imperio galáctico humano del que en esos momentos no quedan sino restos disgregados y en gran medida incomunicados que luchan por sobrevivir o medrar, en algunos casos aupándose unos sobre las cabezas de los otros. Para colmo de males, existen algunas razas alienígenas muy agresivas que complican aún más la situación.
Una de estas ataca el planeta de nuestro protagonista, un todavía muy joven Gabriel Luján que salva la vida solo gracias al coraje de su madre. Esta mujer, además, pronto consigue que admitan a su hijo como novicio del culto imperante en aquel planeta, cuyo panteón parece ser un calco fiel del clásico grecolatino.
Será el propio Luján el que nos vaya desgranando sus memorias desde la primera página. De este modo, conoceremos de primera mano a un granuja cobarde y aprovechado que, sin embargo, alberga un buen corazón y algo de orgullo, cóctel que, en ocasiones, lo lleva por los peores caminos posibles.
Y es aquí, en los primeros compases de la obra, cuando resulta ineludible la comparación con la famosa novela picaresca que mencionábamos antes. El joven Luján, ingenuo tanto por años como por sus escasas y restringidas vivencias, se encuentra de pronto ante un mundo nuevo de posibilidades y lujos. Y es al calor de estos últimos, y de las promesas de los que vendrán si finalmente es ordenado sacerdote, donde su carácter pícaro, embaucador, inteligente y amante de los trapicheos y los atajos comenzará a desvelarse en todo su esplendor.
Sin embargo, estas son solo las primeras páginas de la historia, puesto que sus andanzas lo llevarán por muy variados escenarios que no solo nos mostrarán una buena porción del mundo que Cidoncha creó para alojar sus historias, sino que cambiarán el destino y la posición del propio Gabriel de formas sorprendentes.
Y es que, a medida que el libro avanza, las influencias pulp del autor serán más y más evidentes, mostrándonos mundos exuberantes, pasajes llenos de acción y el consabido erotismo seudoamoroso que, quizá, es el elemento que peor ha sumado años en esta obra. Con creces.
Por otra parte, las reflexiones que el protagonista comparte con sus lectores son a menudo deliciosas y lo que, personalmente, más he disfrutado de la novela. Gabriel Luján hace gala de un escepticismo y un humor que más de una vez nos hacen lanzar la carcajada no solo por lo inventivas y agudas que son dichas reflexiones, sino por lo acertado de las mismas. Ante su mirada, los defectos universales del ser humano aparecen cristalinos, tanto da que se observen en planetas poco desarrollados o en otros supuestamente muy avanzados. De este modo, nuestro entrañable héroe atiza por igual al clero, a los poderosos, a los supuestamente píos e incluso al propio egoísmo del que el hombre hace gala, eso sí, a menudo cuando se encuentra en momentos de peligro o privaciones.
Una cuestión menor dentro de la obra, pero que me ha divertido muchísimo, es la multitud de guiños que aparecen en el discurso cuando se rememoran hechos o personajes importantes del pasado remoto de la tierra. Pondré un ejemplo: seguro que todos tenemos en la cabeza el nombre de aquel famoso ladrón de la campiña inglesa que robaba a los ricos para dar a los pobres, ¿verdad? Exacto: Atila.
En conclusión, creo que estamos ante una de esas obras importantes dentro de la historia de la ciencia ficción en castellano. Más de una vez he comentado ya que no debemos dejar caer en el olvido nuestros grandes nombres y las obras que nos legaron y creo que esta merece sin ninguna duda permanecer en la memoria de todos los que amamos la literatura de género; más aún: de todos los que aprecien un personaje capaz de reflexionar y dejar desnuda la naturaleza del hombre de un modo tan divertido como incontestable. No me cabe la menor duda de que un ejemplo similar en lengua inglesa sería habitual en charlas y referencias. Tampoco de que se atesoraría con el mimo y el reconocimiento que merece. Puede que ya sea momento de que nosotros hagamos lo mismo con nuestras pequeñas o grandes joyas patrias.