domingo, 28 de diciembre de 2014

Sinopsis literaria: Opera Vita Aeterna, de Vox Day

(Por ser hoy el día que es, recupero esta sinopsis literaria que había publicado originalmente en El Fantascopio)

Aviso a navegantes: Siguiendo con el tema Vox Day, que parece que da para mucho, os queremos hablar hoy del relato con el que este personaje ha conseguido ser nominado al Premio Hugo. Lo que os traemos no es una reseña, sino lo que hemos dado en llamar una Sinopsis literaria, al modo y manera de las geniales Sinopsis de cine. Quiere esto decir que os vais a encontrar con spoilers a cascoporro y si tenéis pensado leer Opera VitaAeterna (no entenderíamos por qué, pero respetamos todas las parafilias siempre que sean entre adultos, con consentimiento explícito y lo limpiéis todo al terminar) quizá sea conveniente dejar este articulito para más adelante. Huelga decir que lo que se dice abajo es todo parodia salvo algunas cosas y que si os sentís ofendidos vosotros sabréis por qué es. Luego no digáis que no avisamos.
Banda sonora de la sinopsis literaria: Sugerimos leer esta sinopsis literaria escuchando Heaven de Live (SpotifyYoutube).
Bueno, pues hoy he leído Opera Vita Aeterna de Vox Day y os voy a contar un poco.
El relato va de un chiquín elfo que se pega una jartá de caminar para llegar a un monasterio perdido en el monte, con lo bien que estaba él en White City, que es como Rivendell pero con otro nombre por temas de copyright.
Total, que el chiquín llega al convento, más cansao que un poli corriendo detrás de Esperanza Aguirre, y con un hambre que ni ve de tantas semanas comiendo lembas, que eso no puede ser sano. Los monjes, que son cristianos pero muy educados, lo reciben con los brazos abiertos, pero lo miran un poco cruzado, porque allí no va nunca nadie de visita, que ellos no hacen rosquillas con auténtico sabor a convento ni recogen huevos para que no te llueva el día de la boda.
El elfo se tomas unas confianzas que no veas, que sólo le falta poner los pies encima de la mesa y sacar los panchitos. Y se la pasa pintando santos, y nunca se sale ni nada, porque colorea primero por los bordes y luego rellena el centro. Un crack. Y los monjes flipan con él, porque lo mismo te discute si lo del Atleti fue penalti o no, que te saca a colación los universales de Abelardo.
Así que pasan los días y los monjes ya se preguntan si el chiquín se va a marchar o se va a quedar más rato, que hasta ha puesto un póster de Legolas en la pared de su celda. Entonces, dice que sí, que se queda, que quiere seguir coloreando. Y ahí está, dale que te pego, dibujando monigotes como si no hubiera mañana. Es como Sor Citroën, pero con una caja de lápices Alpino en vez de un dos caballos, que el coche se les salía del presupuesto a los monjes.
Cuando andan en estas, aparece un zorro que habla, muy bien hecho, que parece de verdad y todo, intentando convencer al elfo de que se vuelva a Rivendell. Que te vuelvas. Que no. Que sí. Que no. Que qué vas a hacer tú aquí, con todos estos señores, que seguro que molestas. Que no y que no. Que te vuelvas, te digo, que seguro que ni te has traído los calzoncillos marianos, con el frío que hace aquí. Pero ni con esas. Y eso que el zorro vuelve una y otra vez, ahora disfrazado de armiño, que da gloria verlo, ahora disfrazado de ardilla, que es una monada. Mira que se esfuerza el pobre, que sólo le falta vestirse de oso amoroso y ponerle ojitos. Pero el elfo que si quieres arroz Catalina. Sigue a sus dibujos, que se lo pasa mejor que un niño coloreando el menú infantil del Vips.
Como el roce hace el cariño, al final se el elfo se hace amigo de los monjes y le dan carné para sacar libros de la biblioteca y todo. Mucha amistad y mucho amor. Pero todo muy casto, que éste es un libro para todos los públicos, como el rock cristiano. No se ve cacha ni salen besos. Por no salir, no salen ni mujeres ni negros, gracias a Dios. Aunque salen elfos, que son como inmigrantes pero sin alma. Y muy machos ellos, que nadie se crea. Aunque lleven el pelo que parece la cola de un vestido novia, que hasta la gente tira arroz cuando pasan.
Tanto pinta el chiquín, que se al final le acaban los plastidecores y le pide al abad permiso para ir a comprar más y de paso traer vino, que el que queda no hay quien se lo trague ni mezclándolo con Casera. El abad tuerce el ceño, y le dice que adónde va a ir él que más valga, y que con quién va a discutir sobre el penalti del Atleti y los universales de Abelardo, pero al final cede y le encarga que, ya que va, de paso saque la basura y traiga el pan.
Y ahí es donde empieza lo bueno, que no es que lo otro no lo fuera, porque a quién no le gusta discutir de teología con los pies encima de la mesa y comiendo panchitos, pero es que esto es como más de tensión y hasta da un poco de miedo. Que no es que no diera miedo antes, porque yo los días que discuto sobre los universales de Aberlardo luego ya no me puedo dormir. Pero esto da más canguelo y salen vísceras.
Pues eso, que el chiquín se va a hacer los recados y cuando vuelve al convento se para en seco, porque está todo muy callao y muy quieto, cuando lo normal es que siempre esté sonando la campana para ir a rezar vísperas o para avisar de que ya acabó la lavadora. Y cuando ve la puerta abierta ya se mosquea del todo. Entra y quiere que se lo trague la tierra. Aquello es un desastre. Se conoce que alguien se olvidó de echar el cerrojo y se colaron los goblins, que tampoco tienen alma y se juntan en pandillas para robar coches y pintar graffitis de mal gusto en las Minas de Moria. El monasterio está hecho unos zorros, con lo mono que les había quedado a los monjes después de la última visita al Ikea. Todo tirado por el suelo, los cadáveres sin recoger… lo que se dice un desastre. Ríete tú de la casa de los Gremlins después de tomarse las uvas de Año Nuevo. Aquello no lo arregla ni Don Limpio con cien litros de Cillit Bang.
Entonces al chiquín se le hinchan las lembas. Hasta las orejas se le ponen redondeadas, oiga. Y entonces te crees que va montar una que lo del Abismo de Helm va a parecer el día de los enamorados. Pero no. Se controla. No se sabe muy bien si porque se da cuenta de que se puede quedar el convento para él solo o porque tantos años pintando santos le han dejado un poco pusilánime. Pero se controla y ya no sabemos nada más de él, porque lo siguiente es como un flashforward a una galería de cuadros con un niño repipi que se sabe todas las respuestas y da un poco de asco.
El libro está muy bien escrito, porque todos hablan como la gente de antes, cuando había educación, y nadie dice ordinarieces como “mola” o “tronco”, sino cosas preciosas como “vuecencia” o “posadero, condúzcame a mis aposentos”. Y hasta hay frases en un idioma como latín, pero inventado, que lo de declinar es muy difícil y dice el autor que él lo que habla es italiano, que le viene de familia y de pedir a Telepizza. También hay muchos adjetivos, pero muchos, muchos. Un derroche. Como si no hubiera crisis, ni nada, que se conoce que los de Rivendell también tienen cuentas en Suiza. Y el autor usa palabras como clangor, que hay que decirlo más, y se nota que el diccionario de sinónimos no lo compró sólo para hacer bonito en la estantería del salón. Y eso es lo que le da la calidad al relato.
Te lo recomiendo si te gusta el rock cristiano o ver a un elfo pintando santos.

3 comentarios:

  1. Genial el parrafo final. Me he reído mucho. Quizá un poco larga, pero cuando te enganchas ya no hay marcha atrás.

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  2. Lo mejor del caso es que todo es verdad.

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  3. Juas!!!! Qué bueno! Genial! De larga nada, yo hubiera seguido un rato más!

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