martes, 9 de abril de 2013

Rakhat de Mary Doria Russell

Banda sonora de la reseña: Sugiero leer esta reseña escuchando Vita Nostra de Ennio Morricone (Spotify, Youtube). 

Supongo que no mucha gente estará de acuerdo conmigo pero, a pesar de la multitud de premios que ha recibido, Rakhat (The Sparrow) de Mary Doria Russell no me parece un buen libro de ciencia ficción. Es más, me atrevo a decir que ni siquiera es una novela de ciencia ficción y que, independientemente de ello, como libro es bastante malo. Pero vayamos por partes.

¿Por qué digo que no es un libro de ciencia ficción? Principalmente, por dos razones. En primer lugar, por la ingente cantidad de ridiculeces científicas que se acumulan en el libro. Por ejemplo, la totalmente disparatada forma en la que se detecta una señal alienígena o la tremenda casualidad de que estos extraterrestres sean precisamente vecinos (estelarmente hablando) nuestros y tengan una fisología y un grado de desarrollo casi idénticos a los de la humanidad. Pero es que la preparación de la misión es aún peor: dirigida en secreto por los jesuitas (habrá que preguntarle a Paco, que es tan campechano, por ello) y tripulada por un grupito de amigos sin ninguna preparación como astronautas e incluso algunos con los sesenta años bien cumplidos. Y, mientras en nuestra realidad, la NASA rompiéndose los cuernos y gastando billones de dólares para poner un put simple robot en Marte. 

Y eso sólo es la punta del iceberg, porque luego hay una serie de errores "menores" que también se las traen. ¿Qué me dicen de que el planeta de los alienígenas tenga tres soles, cada uno con sus preciosos amaneceres y atardeceres? ¿Bonito, verdad? Si no fuera por aquello de la inestabilidad del problema de los tres cuerpos y por el pequeño detalle de que una de las estrellas, Próxima Centauri, se encuentra, en realidad, varios meses-luz alejada de las otras dos (el sistema binario Alfa Centauri).  Lo dicho: detallitos sin importancia. 

Pero la causa principal que hace que Rakhat chirríe como libro de ciencia ficción es que todos los elementos mencionados en los anteriores párrafos son sólo un disfraz que, como el traje nuevo del emperador, apenas disimula las vergüenzas de la verdadera trama. Porque es evidente que lo Mary Doria Russell está contando en esta novela es la historia de una misión jesuita... de hace varios siglos. Si cambiamos "planeta de otro sistema solar" por "el corazón de la selva amazónica" y "extraterrestres" por "tribu que ha vivido aislada", todo cobra mucho más sentido y resulta infinitamente más creíble. Si no, es incomprensible que la raza alienígena sea tan parecida fisiológica, cutural y socialmente a la nuestra (por no mencionar el hecho de que sea posible para un humano, el sacerdote protagonista, dominar su idioma en apenas siete semanas desde que el momento en que pisa el planeta).

Incluso interpretándolo así, la reacción tanto de los miembros de la misión como de la trib especie contactada es totalmente inverosímil. ¿Se imaginan ustedes que llegan extraterrestres a nuestro planeta y todo lo que hagan es pasarse meses sembrando patatas alienígenas en un campo de Cuenca? ¿Y que nadie en la Tierra muestre demasiado interés por ellos? Pues algo así es lo que sucede en Rakhat.   

Aún así, obviando todos estos problemas, con esos mimbres se podría haber hecho un buen cesto (¿he oído a alguien mencionar la película La misión?) o, cuando menos, uno decente. Desgraciadamente, no es el caso. Para una novela supuestamente basada en personajes, las caraterizaciones van de lo tópico a lo infantil, pasando por lo patético. Mención especial merecen los diálogos que, si no hubiera intentado leer recientemente "Hélice" de Robert J. Sawyer, diría que son lo peor que me he encontrado en mucho tiempo. Especialmente ridículos son los intentos de humor en los que los personajes perserveran a lo largo de casi toda la novela. No es que no tengan gracia, que no tienen ninguna, es que el lector ni siquiera se daría cuenta de son chistes si la autora no apostillase cada uno de ellos con frases del estilo de "lo que le hizo soltar una buena carcajada" o "estuvieron riéndose un buen rato". Pero es mejor que dé un paso a un lado y les deje juzgar por ustedes mismos:
"Anne, el buen Dios decidió hacer a D.W. Yarbrough católico, liberal, feo, mariquita y poeta, y después le hizo nacer en Waco, Texas. Ahora te pregunto: ¿podría hacer algo así una deidad seria? - y riéndose, emprendieron el descenso hacia la vivienda tallada en piedra que llamaban casa."
O aún mejor:
"Ahora que lo dices, la mierda podría ajustarse a las reglas generales de la declinación espacial frente a la no visual, pero ¿qué pasará con el pedo? ¿Se declinará como no visual? ¿O un runa considera que los olores están en una categoría que implica la existencia de algo sólido? Tu risa no es respuesta, Mendes. Esto es una cuestión lingüística seria."
Estoy seguro de que en el patio del recreo cuando yo iba a cuarto de EGB este último hubiera hecho furor.  

Por si todo esto les parece poco, he dejado lo peor para el final. Quiero entender que la intención de la autora es plantear, con esta obra, un profundo dilema moral, religioso y teológico. Sin embargo, desde las primeras páginas es fácil intuir lo que se irá confirmando a lo largo del libro hasta culminar en una poco sorprendente "revelación" final: que todo el conflicto interno de los personajes se reduce a una versión mal digerida y peor expuesta del clásico "Si Dios es bueno, ¿por qué permite el mal en el mundo?". Que, además, esta "iluminación" cause gran impacto en personajes que han dedicado su vida al estudio de la teología y que, como se expone con odiosos flashbacks y peor dosificados infodumps, las han pasado canutas en su juventud, es poco menos que increíble. Cualquier jesuita que merezca ese nombre puede, despertado a las tres de la mañana y sin previo aviso, refutar de cinco manera distintas el sofisma. Y a continuación seguirá durmiendo como si tal cosa, que si algo no les falta a los miembros de la Compañía es formación teológica. De verdad, para este viaje no hacían falta esas alforjas. Sobre todo cuando el viaje es, literalmente, de 4 años luz y más de 400 páginas de empalago y clichés.

Como segundo tema en nivel de importancia (pero primero en extensión ocupada en la novela) tenemos otro clásico de los campamentos de colegio de curas: la vida sexual del clero. De hecho, todos los personajes están intrigadísimos por cómo puede el protagonista mantener el celibato y uno se lo pregunta directamente. El diálogo subsiguiente puede considerarse ya un clásico de la literatura moderna:
"—En respuesta a tu primera pregunta, puedo decirte que en una investigación hecha entre quinientos célibes, cuatrocientos noventa y ocho dijeron que se masturbaban.
—¿Y los otros dos?
—Elemental, querido Watson. Por sus respuestas debíamos deducir que no tenían brazos."
A esta obsesión infantil se unen, cómo no, las consabidas bromas sobre el sexo en gravedad cero y un personaje homosexual (pero muy casto él) para ser políticamente correctos. Ah, y el famoso "los aliens me hicieron una exploración rectal" cobra aquí un significado pleno (sí, es precisamente lo que están pensando).

Además, la traducción tampoco le hace ningún favor a la historia. Hay una continua sensación de que muchas expresiones no acaban de encajar del todo, como si la traducción fuera demasiado literal. Por ejemplo, no puedo dejar de señalar la poca acertada decisión de traducir un "Be my guest!" como "Sé mi invitado". Es, quizá, uno de los casos más patentes, pero no el único. 

En resumen, una obra muy decepcionante en todos los aspectos, especialmente porque me es imposible entender cómo pudo recibir tal cantidad de premios. Tuve este libro en la estantería, aún envuelto en el plástico protector en el que venía, durante muchos años. Debería haberlo dejado así. Pero he aprendido la lección: pese a que el subtítulo de la obra es La última misión de la compañía existe una continuación, llamada Children of God; tengan por seguro que no la leeré.

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