lunes, 30 de abril de 2018

Antonio Díaz reseña Kings of the Wyld, de Nicholas Eames


Antonio Díaz es un enamorado de la buena fantasía y siempre está a la búsqueda de nuevos títulos de este género que se nos puedan haber pasado desapercibidos. ¿Habíais oído hablar de Kings of the Wyld, de Nicholas Eames? Pues después de esta reseña, es muy posible que la apuntéis en vuestra lista de deseos. ¡Espero que os guste!

Banda sonora de la reseña: Antonio sugiere leer esta reseña escuchando Kings of Metal, de Manowar, pero en la versión de Van Canto (Spotify, YouTube)

Uno de los libros de fantasía sin traducir al español que más veo mencionados en las redes sociales es Kings of the Wyld, la ópera prima de Nicholas Eames. En la novela, Gabriel (anteriormente conocido como Golden Gabe), inicia un viaje para reunir de nuevo a los miembros de su banda: Clay, Ganellon, Moog y Matrick. El motivo es que su hija, la alocada Rose, ha decidido seguir los pasos de su padre como aventurero/mercenario y ha quedado atrapada dentro de una ciudad asediada por un ejército de monstruos.

El planteamiento de la novela no es precisamente original: un grupo de aventureros o mercenarios retirados que deciden volver a juntarse para enfrentarse a la que sea, posiblemente, la hazaña más arriesgada de sus carreras. Pero recordad, ¡esta vez es personal! Sólo en obras de fantasía de los últimos años fácilmente puedo pensar en otros dos ejemplos con la misma idea de base: la magnífica The Builders, de Daniel Polansky, y la fallida pero interesante Snakewood, de Adrian Selby. Y por supuesto un sin fin de películas donde la banda/equipo/grupo se une de nuevo, como la particularmente popular saga de Ocean’s Eleven.

Eames toma esta idea inicial y nos conduce por los tropos acostumbrados: miembros que han abandonado la aventura y la violencia en favor de una existencia más tranquila, otros que han caído en desgracia, uno que siempre ha sido más afortunado que los demás y el típico miembro que nunca ha podido superar esa etapa de su vida, etc. Sin embargo y a pesar de lo que pudiera parecer, no nos encontramos ante una novela grimdark propiamente dicha. Eames huye de la moralidad gris de sus protagonistas, que son héroes por derecho propio, carecen de dobles estándares y se precian de ser los ‘buenos’. De igual manera, la mayoría de los antagonistas en Kings of the Wyld son verdaderamente malos. Eames ofrece un trasfondo a las motivaciones de estos antagonistas (alguno más verosímil que otro), pero no es lo que termina de convencer al lector, que puede apreciar un claro ‘buenos’ contra ‘malos’ o ‘héroes’ contra ‘villanos’. 

Kings of the Wyld tiene, al igual que Ocean’s Eleven, un fuerte componente de comedia. Los diálogos de los miembros de Saga (la banda mercenaria de Gabe y los demás) son divertidísimos y hay un personaje en particular que es básicamente un alivio cómico con patas. Además, Eames equipara a los grupos de aventureros de su mundo con las bandas de rock and roll, comparación acertada y, a la vez, hilarante. Los viejos miembros de Saga ven como las nuevas bandas se disfrazan de forma temática para crear una ‘marca’, incluyendo tinte para el pelo, maquillaje y atuendos y nombres ridículos. Gabe, Clay y los demás son una banda ‘a la vieja usanza’, cuando las cosas eran mejores, los ‘trabajitos’ (‘gigs’ en el original) eran más honestos y no había que disfrazarse y pintarse como una puerta para destacar. Entiendo que la novela posiblemente tenga muchas referencias a grupos de música rock, pero personalmente no he cazado ni una sola.

Kings of the Wyld tiene muchos puntos fuertes, y particularmente los personajes son uno de ellos. Eames ha pasado bastante tiempo creando voces características para sus protagonistas y los miembros de su banda son distintos e interesantes. Cada uno tiene sus motivos para estar donde está y se han visto afectados por su pasado. Los antagonistas, particularmente Jain y Larkspur, son de los personajes más interesantes de la novela e incluso los más despreciables, como Kallorek, están bien definidos y tratados.

Hasta cierto punto y por lo que había ido leyendo por ahí, me esperaba una novela gamberra y entretenida, con un buen plantel de personajes. Lo que no me esperaba es un proceso de creación de mundos tan crítico con la fantasía más clásica. Está muy de moda últimamente la fantasía baja (o low fantasy), en la que existe poca o ninguna magia, la raza humana es la única inteligente (con escasas excepciones), y los peligros tienen una naturaleza más mundana. La Primera Ley, Canción de Hielo y Fuego o Those Above y Those Below son grandes ejemplos de literatura fantástica moderna donde todo lo anterior es cierto. El universo de Kings of the Wyld está, en cambio, lleno a rebosar de magia. No sólo los magos existen (por lo que Eames apunta, al menos de varios tipos), sino que hay monstruos y criaturas fantásticas a tutiplén. El parecido se puede establecer mejor con Reinos Olvidados (u otros mundos de Dungeons & Dragons) que con Juego de Tronos. Eames claramente ha leído y releído más de un bestiario y ha plagado las tierras con multitud de peligros de naturaleza sobrenatural. 

De hecho, la creación y objetivo principal de las bandas es defender los asentamientos humanos de estas criaturas e ir expulsándolas y exterminándolas. Aquí se plantea otro de los grandes temas subyacentes de la novela: las criaturas no humanas. Eames propone en Kings of the Wyld un interesante dilema sobre los derechos de los que carecen criaturas distintas de las razas consideradas inteligentes (que son la humana y pocas más). Kobolds, goblins, gorgonas y otros seres pueden llegar a vivir en ciudades humanas, pero con un estatus poco por encima de esclavos. ¿Es esto justo? He de reconocer que no es algo que haya visto planteado demasiado en las novelas de fantasía (a bote pronto estaba recordando Vencer al dragón e Historias de Terramar, pero esos derechos se limitan principalmente a los dragones y no a su integración en la sociedad humana, sino simplemente en su derecho a la vida). Eames engloba no sólo a las razas inteligentes, sino a lo que clásicamente se han considerado monstruos, que no es más que una denominación discriminatoria de ‘animales’ o incluso simplemente ‘seres’. ¿No tiene derechos una serpiente? ¿O un tiburón, por peligroso que sea? Sobre todo cuando es el ser humano el que invade su hábitat, destruye su modo de vida y, si puede, acaba con su existencia.

Dicho esto, el libro sí que tiene algunos rasgos característicos de esta corriente grimdark: un mundo crudo y algo más realista que se aleja de los tópicos de la fantasía clásica y una sociedad falible y en la que no se puede confiar. Durante el tiempo desde que se disolvió Saga hasta el comienzo de la novela, no todo ha ido bien para los personajes. La vida es dura y siempre encuentra la manera de decepcionarte.

Kings of the Wyld es totalmente autoconclusivo y cuenta una historia que queda bastante atada de principio a fin. Aunque ya está anunciada Bloody Rose, esta segunda novela, ambientada en el mismo mundo, tiene otros personajes que serán los protagonistas y compartirá algunos secundarios. Posiblemente sea recomendable leer Kings of the Wyld para poder disfruar de Bloody Rose, pero si cuando termines la lectura de la primera no te apetece continuar, no te va a dar la sensación de que te has quedado a medias.

Yo ya he marcado el 10 de julio en mi calendario y me haré con una copia de Bloody Rose a su salida (aunque como el Celsius 232 empieza ese mismo 10 de julio, y ésa sí que es una cita ineludible, la novela de Nicholas Eames tendrá que esperar algunos días).

jueves, 26 de abril de 2018

Reseña de The Poppy War, de R.F. Kuang

Banda sonora de la reseña: Sugiero leer esta reseña escuchando el tema principal de la película Tigre y dragón, compuesto por Tan Dun e interpretado por Yo-Yo Ma  (Spotify, YouTube)

La próxima semana se pone a la venta The Poppy War, la novela de debut de R.F. Kuang. Se trata de un libro sobre el que aún sigo pensando, transcurridos ya bastantes meses desde que tuve la oportunidad de leerlo. Y es que se trata de un libro que comienza pareciendo una cosa... y de repente se convierte en otra muy distinta. 

La primera parte de la novela, hasta aproximadamente el cuarenta por ciento, es una historia juvenil muy típica y previsible, que aun así, se lee con relativo agrado y facilidad. Se trata de la repetida historia de una huérfana “especial” que entra en una escuela, en este caso de artes marciales, que hace amigos y enemigos y lucha por ser la mejor de su promoción. En esta parte se encuentran algunas escenas interesantes (las peleas y sus coreografías están bastante bien narradas), pero en general resulta decepcionante tanto para los lectores jóvenes, que muy posiblemente ya estarán cansados de leer una y otra vez la misma trama, como para el público adulto, que seguramente busque algo más profundo. 

Sin embargo, a raíz de ciertos acontecimientos que no desvelaré, tanto la historia como, sobre todo, el tono de la obra dan un giro completamente radical. La trama se vuelve mucho más compleja e interesante y los personajes se tienen que enfrentar a difíciles dilemas morales, lo que les hace volverse ambiguos donde antes eran un tanto maniqueos. Todo ello hace que, en su segunda mitad, The Poppy War se desmarque completamente del canon de la literatura juvenil que tan fielmente parecía seguir en sus comienzos. 

Así, nos encontramos con escenas de violencia explícita, bastante crudas en ocasiones, y una curiosa ambivalencia en el uso de las drogas, que son consumidas habitualmente por los protagonistas puesto que les proporcionan la forma de acceder a poderes sobrenaturales. Estas drogas, como se puede deducir por el título, son centrales en muchos momentos de la trama y cruciales en el desarrollo de los personajes, además de ser un elemento indispensable para comprender la sociedad, la Historia y la cultura de Nikan, el ficticio país donde transcurre la acción de The Poppy War.

Un aspecto destacable de novela es, precisamente, el worldbuilding, que aporta muchos elementos de la historia y mitología chinas (que se corresponde bastante claramente con el Imperio de Nikan), especialmente en lo que atañe a los dioses y a algunas criaturas mitológicas (como los chimei). Todo ello se mezcla con las escenas de artes marciales para dar lugar a una obra muy cercana al género del wuxia. Si habéis visto la excelente película Tigre y dragón, podéis haceros una idea bastante clara del tipo de historia a la que me refiero. 

Después de todo este rollo, posiblemente os estaréis preguntando si recomiendo o no leer The Poppy War. No me extraña. Yo también me lo pregunto. La verdad es que si fuera por la primera parte, la descartaría directamente por no ser más que otra manida historia típica de la fantasía juvenil. Pero su segunda parte consigue redimir muchos de los defectos de la primera, dotándola de una personalidad propia innegable. Seguramente, el principal problema del libro es ese marcado desequilibrio entre sus primera y segunda mitad, que hace no se sepa muy bien cuál era la intención de la autora. 

Así que me vais a permitir que, por una vez, no me defina claramente. Si lo que os he contado os resulta interesante, id y leer The Poppy War. Y luego, avisadme para hablar e intercambiar impresiones. Quizá así consiga, finalmente, formarme una opinión firme sobre el libro.

lunes, 23 de abril de 2018

Antonio Díaz reseña Only Human, de Sylvain Neuvel



Dice el refrán que no hay dos sin tres y por eso hoy Antonio Díaz nos trae la reseña de Only Human, la conclusión de la trilogía de Sylvain Neuvel que se inició con Sleeping Giants. ¡Espero que os guste!

Banda sonora de la reseña: Sugiero leer esta reseña escuchando Bataille Decisive, de la banda sonora de Evangelion (Spotify, YouTube).

Only Human es la tercera (y última) parte de la saga The Themis Files, iniciada por Sleeping Giants y continuada por Waking Gods, que reseñé aquí y aquí.

Sylvain Neuvel nos devuelve al universo de las novelas anteriores pero esta vez unos años en el futuro. Es muy difícil hablar de esta novela sin desvelar ningún aspecto de la trama que afecte a las entregas anteriores, pero lo intentaré con ahínco.

El sistema epistolar que se ha convertido en el sello diferenciador de esta saga continúa en Only Human… pero ya no funciona como en las entregas anteriores. Quizá es el cambio de narrador único a una variedad de narradores, pero aunque tiene algunos pasajes geniales (particularmente hay una disquisición sobre la naturaleza del lenguaje que me ha parecido excelente), Neuvel ha estirado demasiado el chicle.

Desgraciadamente esa sensación de “chicle demasiado estirado” se extiende no sólo a la naturaleza epistolar de la novela, sino también a la trama. Si Sleeping Giants terminaba con un cliffhanger de impresión, Waking Gods te deja también con el corazón en un puño. El comienzo de Only Human es prometedor, pero mientras te van revelando las claves de la trilogía (como la naturaleza y el origen de los artefactos que la protagonizan), el ánimo se va desinflando. Finalmente ha ocurrido lo que me temía con la primera entrega: la explicación no es tan maravillosa como el misterio. Me parece que Neuvel ata todos los cabos que fue dejando, pero de forma inverosímil.

La mejor parte de la novela es la especulación sobre lo que ocurre con el mundo años después de los acontecimientos que se narran en Sleeping Giants. El planeta Tierra ya no es exactamente como lo conocemos. Ha habido cambios sociopolíticos que han afectado terriblemente al desarrollo de la raza humana y la organización estatal, cultural y social. Neuvel escribe una novela más oscura que las anteriores (que no es que confiaran ciegamente en la inherente bondad humana) pero que a su vez tiene sentido.

En los personajes es donde reside, pues, el principal fallo. Para conseguir llegar a la meta que se ha marcado, Neuvel se ve obligado a forzar a sus personajes a realizar ciertas acciones, en mi humilde opinión, que muchas veces van en contra de su naturaleza o del sentido común. Es éste el principal fallo que le he encontrado a una novela que, por otro lado, sigue siendo entretenida y se deja leer. Las voces de los personajes son claras y diferenciadas. Neuvel sigue definiendo a sus personajes por medio del diálogo con gran habilidad (recordemos que es un libro que no contiene descripciones propiamente dichas).

Como el lector de esta reseña puede apreciar, existe una contradicción en Only Human. Mientras que la evolución de la sociedad humana está bien ilustrada y explicada (por deprimente que sea), las claves de los misterios de la novela me han resultado un tanto increíbles, así como los comportamientos de algunos personajes directamente inverosímiles.

Todas las entregas de The Themis Files poseen un humor fino, presente especialmente en algunos de los personajes, que se sigue destilando en Only Human. La novela posee algunos pasajes francamente divertidos, aunque no la consideraría una novela de humor per se.

Si el que lea esta reseña terminó Waking Gods y tiene ganas de saber cómo concluye la historia, le valdrá la pena echar un vistazo a Only Human y sacarse la espinita clavada. Sin embargo, si quedó satisfecho o ahíto con la mera lectura de la primera o segunda parte de esta trilogía, que tampoco piense que el vuelo remonta al final, sino que continúa en un suave descenso.

jueves, 19 de abril de 2018

Pablo Bueno reseña Agentes de Dreamland, de Caitlín R. Kiernan

Pablo Bueno nos trae hoy la reseña de una de las novelas cortas que más están dando que hablar en las últimas semanas: Agentes de Dreamland, de Caitlín R. Kiernan, recientemente publicada en España por Runas. ¡Espero que os guste!

Banda sonora de la reseña: Pablo sugiere leer esta reseña escuchando Shadow of Doubt, de la banda sonora original de Escaflowne (YouTube).

Nunca dejará de sorprenderme la capacidad que tiene el universo de Lovecraft para adaptarse a los nuevos tiempos y agazaparse bajo formas renovadas. Tal es el caso que se nos presenta en Agentes de Dreamland.

En esta historia nos encontramos con tres personajes que bailan en torno a un inquietante descubrimiento por parte de las autoridades. Para no desvelar más de lo que pudiera ser recomendable, sobre todo debido a la brevedad de la obra, solo diré que mezcla sectas, investigaciones, las mencionadas fuentes lovecraftianas e incluso hechos reales de la América más oscura.

Partiendo de esta premisa, Kiernan demuestra una gran capacidad para dibujar lienzos enormes con apenas unos trazos. Lo hace, además, con una prosa de estilo difuso, indirecto, en ocasiones casi poético, incrustando fragmentos de poemas y canciones en la propia visión de los personajes. Esto crea un discurso nebuloso, pero que resulta extrañamente convincente. Uno de los personajes explica, casi en un juego metaliterario, esta sensación:
“Ni medio entiendo lo que dice ni finjo entenderlo. Comprendo sin una comprensión perfecta. Eso es algo que él me ha enseñado”.
Y es que, sí, el ambiente de la obra y la caracterización de los personajes son algunos de los puntos sobresalientes, pero, en mi opinión, el Guardagujas en concreto merece una mención aparte. Se trata de un individuo desgastado, erosionado por el tiempo, la experiencia y los horrores que ha visto en el ejercicio de su profesión. La autora no pierde ni un instante en tratar de suavizar su imagen rota o lo desasosegante de su presencia. Y lo hace, como todo en esta obra, como si no quisiera ahondar en ello, pero con una fuerza impresionante. La tercera protagonista, dentro de sus deliciosas particularidades, me ha dejado un poco más frío, en tanto en cuanto representa una rareza que nunca llega a justificarse ni siquiera de modo tangencial, pese a que es una incógnita que capta toda nuestra atención desde que aparece en escena.

Agentes de Dreamland consigue ese ambiente inquietante propio de las obras que siguen la estela de Lovecraft. Y, si bien el maestro crea atmósferas de una intensidad difícilmente alcanzable, Kiernan no se queda atrás en dicho arte. Y lo hace, además, sin tener que recurrir a un abuso de las escenas perturbadoras, que las hay, sino haciendo que el lector se forme sus propias imágenes a través de esas descripciones indirectas que comentaba antes.

No puedo dejar de mencionar también que el formato de novela corta me ha resultado muy apropiado y disfrutable en esta obra. Casi sin darme cuenta, el “semilargo” se ha convertido en una de mis opciones preferidas y recurrentes de lectura en los últimos tiempos, por lo que le doy las gracias al sello Runas por apostar por él.

En conclusión, Agentes de Dreamland me ha resultado una lectura muy curiosa y entretenida. Puede que mi principal crítica sea, precisamente, su mayor virtud: dejar al lector con ganas de saber más. Sabemos el qué y el cómo han pasado y pasarán las cosas, pero nos gustaría recrearnos en el desarrollo, dejar que los rugosos tentáculos de los Primigenios nos guiaran de una manera más exhaustiva y tormentosa por los hechos. Y es que uno percibe, no sé si de un modo correcto, que hay mucho más de donde vino esto; que el modo de escribir de la autora, casi a través de amagos, se convierte en una virtud, pero que apunta a mucho hielo de sujeción tras esta punta del iceberg que sobresale por encima del mar.

miércoles, 18 de abril de 2018

Novedad: Before Mars, de Emma Newman

Ya está a la venta Before Mars, de Emma Newman, situada en el mismo universo de las muy recomendables Planetfall y After Atlas.

Esta es la sinopsis de la novela:
Hugo Award winner Emma Newman returns to the captivating Planetfall universe with a dark tale of a woman stationed on Mars who starts to have doubts about everything around her. 
After months of travel, Anna Kubrin finally arrives on Mars for her new job as a geologist and de facto artist in residence--and already she feels she is losing the connection with her husband and baby at home on Earth.

In her room on the base, Anna finds a mysterious note, painted in her own hand, warning her not to trust the colony psychiatrist. A note she can't remember painting. 
When she finds a footprint in a place that the colony AI claims has never been visited by humans, Anna begins to suspect that she is caught up in an elaborate corporate conspiracy. Or is she losing her grip on reality? Anna must find the truth, regardless of what horrors she might discover or what they might do to her mind.

martes, 17 de abril de 2018

Novedad: Blackfish City, de Sam J. Miller

Hoy se pone a la venta Blackfish City, la segunda novela de Sam J. Miller, que cuenta con la recomendación de nada menos que Leticia Lara, de Fantástica Ficción

Esta es la sinopsis del libro:
After the climate wars, a floating city is constructed in the Arctic Circle, a remarkable feat of mechanical and social engineering, complete with geothermal heating and sustainable energy. The city’s denizens have become accustomed to a roughshod new way of living, however, the city is starting to fray along the edges—crime and corruption have set in, the contradictions of incredible wealth alongside direst poverty are spawning unrest, and a new disease called “the breaks” is ravaging the population. 
When a strange new visitor arrives—a woman riding an orca, with a polar bear at her side—the city is entranced. The “orcamancer,” as she’s known, very subtly brings together four people—each living on the periphery—to stage unprecedented acts of resistance. By banding together to save their city before it crumbles under the weight of its own decay, they will learn shocking truths about themselves.

Blackfish City is a remarkably urgent—and ultimately very hopeful—novel about political corruption, organized crime, technology run amok, the consequences of climate change, gender identity, and the unifying power of human connection.

lunes, 16 de abril de 2018

Mala racha / Salir de fase, de José Antonio Cotrina: lecciones de worldbuilding, por Esteban Bentancour




Es un verdadero placer volver a contar con Esteban Bentancour en Sense of Wonder, sobre todo si es para hablar (tanto y tan bien) de dos de mis obras favoritas de la ciencia ficción en español: Mala racha y Salir de fase, de José Antonio Cotrina. ¡Espero que os guste!

Banda sonora de la reseña: Esteban sugiere leer esta reseña escuchando Exit Music (For a Film), de Radiohead (YouTube, Spotify).

Cuando Palabaristas Press editó la versión digital de Mala racha y Salir de fase en un único volumen, Elías lanzó desde aquí una tentadora campaña para animar a Cotrina a escribir más historias ambientadas en el mismo universo. Desde entonces, aunque parezca mentira, han pasado más de tres años.
Ha tenido que pasar todo ese tiempo para que al fin leyera unas novelas que, a finales de 2014, ya me habían seducido…; lo que hasta cierto punto me recuerda mi experiencia con Iain M. Banks y El uso de las armas. No solo por el tiempo que pasó entre que conocí las obras y las leí, sino por la fascinación con que terminé de leerlas… y por la cara de tonto que me quedó después, por haberme demorado tanto.

Y las coincidencias no acaban allí. Tanto en la novela de Banks como en las de Cotrina, a las vueltas de tuerca que pueblan sus historias, al sentido de la maravilla que desborda de sus páginas, a los dilemas morales que sugiere la trama, se suma el manejo virtuoso que hacen ambos autores de sus recursos estilísticos.

En la novela de Banks: el encaje perfecto de dos historias complementarias, lo que da pie a dos lecturas distintas (incluso a dos libros distintos) dependiendo de cuál de ellas se priorice. En las novelas de Cotrina: sus lecciones sobre la construcción del escenario.

Porque uno de los mayores méritos de estas novelas cortas es que, entre ambas, consiguen revelarnos un universo riquísimo, plagado de detalles y sugerencias, en menos de sesenta mil palabras… y eso —en tiempos en que la Space Opera suele padecer «paginitis»— resulta admirable.

Así que este artículo va ser un poco distinto de los que suelo escribir. En lugar de buscar referentes (Elías me señaló, por ejemplo, Y mañana serán clones, de John Varley) o de analizar los temas presentes en ambas tramas, voy a intentar exponer esas lecciones de worldbuilding que, como buen escritor que es, Cotrina ha sabido camuflar tras los bastidores de su historia.

Luna

Travelling literario

La primera de sus estrategias puede parecer evidente, pero no lo es… O no lo es, al menos, el modo en que Cotrina la ejecuta.

Seguro que has leído muchas escenas en las que el autor ha recurrido al desplazamiento de sus personajes para presentar sus escenarios.

A bote pronto, me vienen a la mente dos ejemplos concretos. Las primeras páginas de muchos capítulos de la bilogía La estrella de Pandora / Judas desencadenado, de Peter F. Hamilton, relatan el desplazamiento de alguno de sus personajes por un planeta o conjunto de planetas de su universo. Y la quinta parte de Marte Rojo, de Kim Stanley Robinson, es una larga «road story» en la que el autor expone, sin demasiada sutileza, las características urbanas, sociales y filosóficas de su sociedad.
Sin embargo, estos dos ejemplos muestran muy bien el modo en que (habitualmente) suele emplearse este recurso.

En el caso de las novelas de Hamilton, el desplazamiento es independiente de la trama. La historia (el avance argumental del capítulo) comienza cuando el personaje llega a su destino.

Por otra parte, las descripciones que tienen lugar durante el desplazamiento (y que sin duda son una fuente inagotable de asombro) construyen el worldbuilding por acumulación. Dicho de otro modo, la complejidad y grandeza del universo de Hamilton se debe, en gran medida, a la diversidad de entornos que describe; y esto solo puede conseguirse por medio de la acumulación de páginas.

Esto no es una crítica: admiro la vastedad de su universo y considero que es necesaria verdadera maestría, a la hora de exponer los datos, para lograr que ese tipo de descripciones atrapen al lector. Sin embargo, en una novela corta que intenta crear su universo esta estrategia es inviable. La forma en que ejecuta sus travelling debe ser diferente.

En el extremo opuesto está la quinta parte de Marte Rojo, en la que el protagonista atraviesa (apoyado en un MacGuffin no demasiado sólido) las principales ciudades y obras de ingeniería marcianas y, de paso, tiene conversaciones trascendentes en las que se le explican (de forma didáctica) las concepciones políticas, económicas, científicas e incluso religiosas de la nueva sociedad.

Una vez más, esto no es una crítica: si has leído mi artículo sobre Marte Rojo, sabrás la admiración que siento por el libro. En su quinta parte, la obra se convierte (adrede) en una «novela de tesis», lo cual puede ser discutible.  Pero, al margen de la opinión que podamos tener al respecto, lo que me interesa recalcar es que ese es un lujo que una novela corta no se puede permitir.

Por lo tanto, el travelling no puede ser meramente descriptivo, ni tampoco puede ser una excusa para transcribir una tesis. Entonces, ¿cómo lo ha planteado Cortrina?

La clave para descubrir su estrategia está en el punto de la historia en el que se ubica el desplazamiento. La primera escena de Mala racha se desarrolla en un escenario «único»: la órbita, la superficie y las entrañas de Ío. Y en esa primera escena tiene lugar un suceso que sirve de detonante para el resto de la trama.

Solo tras haber captando nuestra atención (y nuestra curiosidad) con ese primer movimiento, Cotrina introduce el travelling para enseñarnos su «universo».

Esa disposición me recordó la empleada en (casi) todos los cuentos de Axiomático, la genial antología de Greg Egan: una escena inicial que nos introduce en la historia, y una segunda «escena» que nos explica el contexto.

Pero, donde Egan expone de forma explícita los cambios tecnológicos y sociales que determinan su mundo (algo que, por cierto, se le da realmente bien), Cotrina emplea el desplazamiento para mostrárnoslos de forma natural. No explica en qué consiste la compilación y el change, nos lo muestra cuando su protagonista cambia de cuerpo. No explica el sistema político y social definido por Sistema y Empresa, nos lo muestra en los contrastes entre exuberancia y pobreza de la principal ciudad de Europa (la luna de Júpiter). No explica los motivos de la guerra que devastó la Tierra, nos muestra sus consecuencias a través de una torre Eiffel que (irónicamente) está siendo trasladada de la Europa terrestre al satélite joviano.

Mostrar en lugar de explicar, como recomiendan todos los manuales de escritura. Sin embargo, transmitir la idea global de un escenario de Space Opera en cerca de dos mil palabras y a través de un único desplazamiento es llevar esa consigna al extremo… Y más si consigue «mostrarlo» sin que el lector se dé cuenta.

Solo por eso, su worldbuilding merecería ser estudiado en los talleres de escritura. Pero Cotrina utiliza unas cuantas herramientas más para nutrir su mundo.

Marte

Relatar en lugar de explicar

Ya que hemos hablado de «mostrar en lugar de explicar», veamos qué ocurre cuando no tiene más remedio que introducir información de forma explícita.

Un buen ejemplo de esto es el modo en que nos presenta (y explica) las sectas religiosas que pueblan el sistema solar en el sexto capítulo de Salir de fase: en lugar de hacer que el narrador exponga los datos, los transforma en reflexiones y anécdotas; en definitiva, las convierte en relato.

Veamos, por ejemplo, la introducción al tema que hace al principio del capítulo:

«Hemos avanzado tanto en el conocimiento del la mente y el cuerpo que nos hemos perdido por el camino. Ninguna de las antiguas religiones ha sobrevivido ante el avance poderoso y firme de la madre ciencia. Sin ningún motivo, mientras avanzo por las calles de Luna, recuerdo lo que leí una vez en un taller de cuerpos ilegales: “La mente es el sistema operativo del cerebro”. Sí, y con eso se resume todo. El reduccionismo ha matado la magia, ha matado los sueños. Hemos convertido el cerebro en simple software, hemos transformado el cuerpo en hardware y lo hemos hecho intercambiable. Y en el arduo camino de la vivisección no encontramos rastros del alma, ni pista alguna de dios ni en la galaxia ni en el universo visible».

A primera vista, estas frases son una reflexión personal en la que se incluye una pequeña anécdota. Sin embargo, de un modo indirecto, nos explican que en el escenario de la novela los humanos pueden cambiar de cuerpo sin dejar de ser ellos mismos —del mismo modo que un software puede correr sobre distintos hardware— y que, debido a eso, las antiguas religiones han desaparecido.

… Lo que no significa que no hayan surgido nuevas sectas. Y para hablarnos de ellas, Cotrina vuelve a emplear estrategias indirectas.

A una de las sectas la explica a través de un reportaje televisivo (un recurso que ya he leído otras veces, pero que encaja perfectamente en el devenir de la trama), al resto las explica por medio de narraciones, microrrelatos que recuerdan a Calvino; historias dentro de la historia como un juego de cajas chinas en el que todo tiene su espacio.

«Los que adoran a la Torre de la Divina Unión han dejado de buscar a Dios y han decidido construirse uno propio sobre la superficie de Europa, la luna joviana. Una estructura cárnica se eleva allí, construida siguiendo las indicaciones del Mentor de la Torre. Los fieles esperan con infinita paciencia el momento de formar parte de tan megalítica construcción cuando sus discos de identidad sean introducidos en la Torre y unan su conciencia individual a la conciencia grupal que está conformándose en el interior de la torre. El Mentor ha jurado que él no entrará en la Torre hasta que el último ser humano no lo haya precedido».

Por tanto, he aquí la segunda lección que podemos extraer de sus novelas: si no es posible mostrar, en lugar de explicar, siempre nos quedará el relato.

Detalle de Júpiter

Nombres propios

El tema de los nombres en las novelas de ciencia ficción (y muy especialmente en la Space Opera) es delicado.

Para empezar, por nuestra natural tendencia a suponer que las potencias actuales seguirán siéndolo dentro de cinco siglos. (Hagamos un ejercicio de ucronía, imaginemos a un escritor de Space Opera del siglo de oro: lo más probable es que su protagonista —el comandante de la carabela que, en el siglo XXI, surcaría la esfera celeste en busca de otros astros— se llamase Martín Mendoza).

Pero, además, porque el diseño de nombres exnovo (es decir, sin bases en la tradición milenaria de la humanidad) solo resulta verosímil si la obra, en sí misma, justifica su base alternativa. (Un buen ejemplo de esto —pero hay muchos— son los nombres neutros empleados por Ursula K. Le Guin en la sociedad de Anarres).

Dado que tanto Mala racha como Salir de fase son novelas cortas (y que sus temáticas no requieren de semejante especulación sociológica) la elección de los nombres podría haber sido un asunto secundario.

Llegado a este punto, debo reconocer que, al inicio de Mala racha, el nombre de su protagonista me rechinó bastante: Dorada James… Y sé que no he sido el único al que le ha pasado. En su (por lo demás elogiosa) reseña para Dreams of Elvex, Xavi apuntó que:

«Me ha gustado mucho el estilo del autor y las temáticas de los relatos. No creo que sea lo último que lea de Cotrina.  Aunque tengo una pequeña crítica, un pequeño detalle que no empaña a la calidad final del conjunto: algunos de los nombres. No me convencen las combinaciones: Demetrio Takashi, Dorada James, Lancelot Sara... no me resultan nada creíbles, pero es algo anecdótico».

En efecto, al principio de la novela tuve la misma sensación… Hasta que en determinado momento se produce una vuelta de tuerca que explica su sentido.

No voy a explicarla aquí (porque sería un spoiler), pero sí diré que, por medio de esa vuelta de tuerca, Cotrina les brinda a sus nombres una base social, una justificación coherente que no solo los nutre de sentido, sino que los convierte en uno de los elementos más originales de su worldbuilding.

Lamento no poder ser más específico al respecto, sin embargo, me gustaría recalcar la idea de que, bien escogidos (o creados), los nombres pueden ser una buena herramienta para reforzar la solidez del entorno.

Ío

El escenario y las emociones

He dejado para el final las dos estrategias que más me han llamado la atención.

En la literatura realista, el empleo del escenario como trasunto (o amplificador) del estado de ánimo de los personajes es una técnica de uso común. (Alice Munro y Jonathan Franzen son maestros en la materia). Pero, ¿cómo hacer lo mismo cuando lo que estás describiendo forma parte de tu worldbuilding?; es decir, cuando lo que describes es, hasta ese momento, desconocido para el lector. Salir de fase propone una estrategia.

En su capítulo nueve, Cotrina describe una performance artística en la superficie de Marte y luego emplea ese escenario para profundizar en las emociones de sus personajes. Pero lo hace de un modo particular, inalcanzable para el realismo.

Como es lógico, sus primeros párrafos están dedicados a describir la representación. Sus imágenes, cargadas de sentido de la maravilla, exponen a un tiempo las posibilidades tecnológicas de ese futuro distante y un tipo de arte radicalmente original; un arte que no solo trasmite emociones, sino que la proyecta en la mente del espectador.

«En las alturas, recortándose contra el crepúsculo marciano, flotaba el gigantesco cuenco invertido de Destello; su superficie pulida reflejaba la brillante columna de luz que surgía del centro del cuenco y que llegaba hasta el valle donde nos encontrábamos, dos kilómetros más abajo. (…) En la superficie del cuenco invertido danzaban doce parejas trenzadas en bramante tornasolado; los bailarines estaban separados de su pareja durante horas, hasta que la pauta errática programada por Dulce Bosco hacía coincidir su baile durante unos breves instantes, para luego volver a separarlos. Los espectadores estábamos conectados a la red sensorial que completaba la obra y que nos permitía seleccionar en todo momento qué sensación queríamos enfocar y sentir de primera mano: la euforia de las medusas que llegaban a la meta o la agotada angustia de las que luchaban contra la corriente de luz, el dolor de la pérdida o la exultante alegría del reencuentro de los danzantes, aunque este se sepa efímero».

Así, Cotrina toma una debilidad de la ciencia ficción y la transforma en una fortaleza: ya que es necesario crear el escenario, ¿por qué no definirlo explícitamente como un amplificador emocional?
Los personajes que contemplan la representación están enredados (como los danzantes) en los torbellinos del enamoramiento. Se aman con la desmesura de los primeros tiempos; cuando el erotismo lo abarca todo y aún les cuesta creer que el otro está a su lado…

¿Qué mejor metáfora de esa incertidumbre, de esa necesidad, que el escenario que acaba de describir?
Y lo más interesante es que su valor expresivo no acaba ahí: una vez descrito, el escenario pasa a ser «real», y por lo tanto puede servir de metáfora (de hecho, lo hace) en futuras reflexiones.

Europa

Reflexiones abiertas

Exponer ideas filosóficas, sociales o científicas por medio de diálogos es uno de los recursos más habituales de la ciencia ficción, sin embargo, que sea habitual no significa que sea sencillo. Muchas veces los personajes caen en largos monólogos, o en explicaciones dadas a interlocutores que no deberían necesitarlas o, directamente, en el infodumping.

Es por eso que me interesa señalar el modo en que Cotrina utiliza esta herramienta. En ninguna de las dos novelas (y ten en cuenta que se trata de novelas cortas) emplea los diálogos para explicar el escenario…, sin embargo, eso no significa que no los emplee para construirlo.

De forma indirecta —por el modo en que unos personajes se refieren a otros, o injertando expresiones que se dan por sabidas (y que luego serán explicadas)— los diálogos le brindan solidez. Pero lo que me ha resultado más original es el modo en que introduce reflexiones abiertas. Elucubraciones que parten de un worldbuilding ya creado y que, al involucrar al lector, multiplican su verosimilitud… Además de convertirlo en una herramienta para reflexionar sobre la condición humana.

El ejemplo más claro es la maravillosa reflexión que aparece en el capítulo diez de Salir de fase, pero antes de citarla, me gustaría compartir una anécdota personal.

Hace un par de semanas, en su artículo sobre Éxodo (o cómo salvar a la reina), de David Luna Lorenzo, Javier Miró planteó una duda (más o menos) razonable:

«Me gustaría saber qué hace el ser humano en el planeta Zigurat, qué se le ha perdido allí, por qué tratar de colonizar un medio tan hostil en el que la vida es casi imposible y en el que el ser humano es poco más que un insecto».

En su momento (en un hilo de Twitter), comenté que (a mi entender) a través de ese medio hostil Luna buscaba explorar los límites de la condición humana, pero que, en efecto, la novela no brindaba ningún motivo para que la colonia estuviera donde estaba.

Sin embargo —por una de esas maravillosas serendipias que tiene la vida—, al día siguiente Cotrina expuso (¡en Salir de fase!) ese motivo que estaba echando en falta… O quizás no. Porque Cotrina no intenta imponer su verdad, sino plantear una reflexión abierta que sirva de base al lector.

«—Durante siglos el hombre especuló sobre la posible existencia de vida en las estrellas. Bueno, ahora ya estamos seguros: existe vida alienígena, sí señor, y somos nosotros (…).
—Bueno, no creo que haya que ser tan tajante, señorita Aurora. (…) Lo que nos hace humanos no es el cuerpo que ocupamos sino esto —tabaleé sobre la entrada del zócalo craneal donde estaba ubicado mi disco de identidad—. No importa la forma, ni el color, ni el tamaño. Estemos donde estemos siempre seguiremos siendo humanos.
—Suena muy bien, pero no me lo termino de creer, querido.
—¿Por qué no?
(…)
—El otro día vi un reportaje en Media Sinsonte que me hizo pensar —dijo—. Era sobre los modelos Baakey que están usando los nuevos colonos de Tau Ceti. (…) Estilizados cuerpos que tienen más que ver con mariposas que con seres humanos (…). El núcleo del satélite es muy radiactivo y las fuerzas de marea a las que está sometida la luna en cuestión hacen imposible vivir en su superficie. (…) Sí, sé lo que me vas a decir: “La capacidad de adaptación del género humano gracias a la arquitectura genética es prodigiosa. Bla, bla, bla”. (…) Primero, no tengo ni puta idea de qué narices puede llevar al hombre a querer adaptarse a infiernos como ese. Hay cientos de planetas en los sistemas cercanos con mejores condiciones. Hay mundos idóneos para una vida humana normal; son pocos, de acuerdo, pero están ahí, existen. ¿Qué nos lleva entonces hasta lugares como esa luna perdida en Tau Ceti?
—Somos humanos. Eso es lo que nos lleva a querer conquistar lo inconquistable».

Querer conquistar lo inconquistable… Ahí podría estar la respuesta tanto para Tau Ceti como para Zigurat.

Ganímedes

La preeminencia de la historia

Hasta ahora hemos hablado de la construcción del escenario. Pero todo lector de fantasía y ciencia ficción sabe que de nada sirve un buen escenario —por muy detallado y original que sea— si la historia que contiene carece de interés, si sus protagonistas son planos, si los personajes a los que estos se enfrentan no están bien definidos, si no hay giros que nos sorprendan y nos obliguen a seguir. De hecho, si falta todo eso, el worldbuilding termina siendo contraproducente, porque nos genera la frustrante sensación de que ha sido desaprovechado.

Por ese motivo, en esta última parte quiero destacar la calidad narrativa de Mala racha y Salir de fase. Su sentido del ritmo, la claridad con la que se expresan las motivaciones de sus personajes (y la coherencia con la que estos actúan), el empleo de los recursos del escenario creado para introducir giros en la trama…

En pocas palabras, quiero destacar que las dos historias son excelentes, tanto por su dinamismo, como por lo imprevisible de sus desenlaces. Cotrina juega con el lector todo el tiempo, pero en ningún momento se nota su presencia, y eso, que al leer sus novelas puede parecer sencillo, es una muestra de maestría.

Una de las vueltas de tuerca más sorprendentes de Salir de fase es aquella que la vincula con Mala racha. Obviamente, no voy a hablar de ella aquí, pero he querido traerla a colación por algo que comentó el propio Cotrina en una entrevista de Elías.

Ante la pregunta de si habrá más relatos en el universo de Mala racha y Salir de fase, el autor dijo que:

«No entra en mis proyectos actuales [la entrevista es de julio de 2013]. Tengo un calendario de trabajo bastante apretado, con un montón de historias que escribir. No lo descarto, como creo que te respondí en su momento aún faltaría una historia para redondear ese universo, la que uniría las dos novelas cortas que mencionas. Puede que la escriba algún día y puede que no, el tiempo lo dirá».

El efecto, como él mismo señala «faltaría una historia para redondear ese universo», la que uniría Mala racha con Salir de fase y convertiría a los tres relatos en una única novela. O, para ser precisos, en un fix-up de novelas cortas…

Y si bien en 2013 ese formato no era nada habitual, en los últimos meses el propio Cotrina, junto a Gabriella Campbell, nos han dado un excelente ejemplo de sus posibilidades… Unas posibilidades que culminarán próximamente en su edición en un único volumen.

Por tanto —pasados ya tres años de la llamada de Elías—, creo que es buen momento de retomar la campaña y animar a Cotrina a escribir más historias ambientadas en el mismo universo… O, al menos, a escribir esa tercera historia que unificaría el proyecto.

El maravilloso escenario que ha logrado crear sin duda lo merece… e intuyo que el nuevo formato acercaría a más gente a Mala racha y Salir de fase, dos geniales novelas cortas que merecen una larga vida... aunque para lograrlo deban cambiar de cuerpo.

Miranda