Pablo Bueno vuelve a deleitarnos con sus reseñas. En esta ocasión, el libro elegido es Viaje a Arcturus, de David Lindsay, con el que hace pocos días se inauguró la colección Otros Mundos de la editorial Defausta. ¡Espero que os guste la reseña!
Banda sonora de la reseña: Pablo sugiere leer esta reseña escuchando Totentanz, de Franz Listz (Spotify, YouTube).
Hace poco, la editorial Defausta puso a la venta Viaje a Arcturus, de David Lindsay. La novela, que vio la luz en 1920, solo se conocía en español gracias a que, décadas atrás, fue publicada en Argentina. Sin embargo, en el mundo anglosajón parece haberse convertido en una especie de obra de culto.
He de decir que la edición que tuve en mis manos está extraordinariamente cuidada y me sorprendió, en primer lugar, la cantidad de material extra que incorporaba. El texto de Lindsay venía precedido por una nota de la editora, otra sobre la traducción, un interesantísimo prólogo de Alan Moore, un retrato a lápiz de este último y dos fotos del propio David Lindsay. Justo al final de la narración se incluía también un glosario de términos, tanto en inglés como con su traducción, cuando no se habían mantenido. Como digo, una edición muy cuidada, con unas fuentes muy agradables, detalles de los dibujos de la portada en el interior, etc.
La colección en que se encuadra se llama "Otros mundos” y, si dicho nombre está bien pensado para las próximas novelas de Defausta, desde luego para Viaje a Arcturus resulta más que apropiado.
Se trata de un libro extraño, atípico y alejado de casi todo lo que pudiéramos utilizar como elemento de comparación. Lindsay nos sumerge en una historia que, si bien se puede encuadrar dentro de la ciencia ficción, definirla así sería dejar sin nombre la mitad de la novela. Viaje a Arcturus sucede, en su mayor parte, en un planeta lejano, Tormance, en el que hay criaturas extraterrestres, leyes naturales bien distintas a las que rigen en la Tierra e incluso algunas cuestiones tecnológicas más que curiosas. Pero creo que la mejor definición que he encontrado acerca de la etiqueta que ponerle es la de “filosofía-ficción”.
Cuando se aborda su lectura, casi parece que Lindsay usara Tormance como un tapiz sobre el que pintar todas las ideas que surgen de su prolífica mente. Algo en la manera de describir ese mundo me ha recordado a otros contemporáneos suyos, como William Hope Hodgson y su El país de la noche, casi tan lleno de imaginación como la obra de Lindsay. No obstante, el mismo tapiz le sirve también para plasmar sus ideas filosóficas o sus elucubraciones, al menos.
El propio Alan Moore, que alaba el libro en el prólogo al que antes me refería, comenta que, en su momento, Viaje a Arcturus no tuvo mucho éxito de ventas; que la gente no sabía qué pensar sobre esta obra. Y es que, aunque de manera constante uno tiene la impresión de que el autor se mueve con simbolismos, con guiños y metáforas, el objeto último de su prosa «oscila entre lo nebuloso y lo impenetrable», en palabras de Moore.
La historia comienza con una sesión de espiritismo, o algo semejante, que realmente no parece tener mucha trascendencia en la trama. En esto también nos recuerda a la tradición que incluye a Hodgson. Casi de manera inmediata, el protagonista, Maskull, viaja junto a Krag y Nightspore hacia la estrella gemela de Arcturus, concretamente al planeta Tormance.
A partir de ahí, la narración se configura, fundamentalmente, en torno a los diálogos filosóficos que el protagonista entabla con los distintos pobladores de Arcturus con los que se va encontrando. Generalmente, estos personajes plantean distintos puntos de vista intelectuales y, en muchas ocasiones, sus charlas terminan con la muerte de alguno. Prácticamente todo el tiempo que no están debatiendo es porque Maskull está viajando hacia otra parte de Tormance.
La propia búsqueda o misión del protagonista no parece en ocasiones sino un pretexto para ponerlo ante determinados personajes o situaciones, teniendo a veces un objetivo distinto, cambiante, o desconocido. En esta obra, más de lo que suele ser habitual, lo importante es el viaje y no el destino. En palabras de la editora, «Viaje a Arcturus no se comprende. Se experimenta».
Algo parecido sucede con la toponimia o los nombres que el autor inventa. El mismo Tormance parece estar formado por las palabras torment y romance, en un gesto que tiene mucho sentido en la narración. Hay otros como Mornstab que también ceden fácilmente su significado, pero algunos, como Nightspore, son casi opacos a cualquier intento de interpretación. O totalmente ambivalentes.
En el libro hay temas que se tocan de una manera insistente, como la sexualidad: en su narración, Lindsay nos habla de límites que se confunden, entidades con ambos sexos, otras que no son ninguno que conozcamos sino un tercero e incluso algunas insinuaciones homosexuales del propio Maskull que sorprenden dentro de la obra y también en el contexto histórico real en que fueron escritas. Esto se lleva incluso a las leyes físicas o la tecnología que, por ejemplo, permite que una suerte de aeroplano vuele según observemos las partículas masculinas o femeninas que pueblan Tormance. Algo parecido sucede con las descripciones o los papeles que se otorga a la mujer. En ocasiones se la define de una manera solo para cambiar dicha definición en cuanto Maskull se encuentra con el siguiente personaje con el que dialoga. En otras, se establecen afirmaciones categóricas tan extrañas que el lector no está seguro de ser capaz de interpretar.
Pero, quizá, los elementos más recurrentes en la novela son el dolor (o, a veces, el sufrimiento) y el amor. Las reflexiones en torno a ambos extremos pueblan la novela, pero desde puntos de vista tan cambiantes que a veces son incluso contradictorios en un mismo personaje.
De lo que no hay duda es de que Viaje a Arcturus derrocha imaginación e inventiva, más si tenemos en cuenta su fecha de publicación. Lindsay inventa colores que no existen, instrumentos musicales con forma de lagos enormes y aparatos voladores cuya tecnología es sorprendente. Del mismo modo, los pobladores de Tormance poseen sentidos y órganos que exploran el mundo de un modo muy original y que, frecuentemente, incluso brotan también en el protagonista para desaparecer al cabo de unas cuantas páginas.
El final resulta igual de extraño que el resto de la novela. Por más que se buscan referencias y estudios previos, uno se queda con la sensación de no haber sido capaz de aprehender todo lo que Lindsay nos arroja a través de sus páginas.
Tras todo lo dicho, me temo que mi valoración personal va a ser tan ambigua como el propio libro: creo que Viaje a Arcturus está hecho para que lo disfrute, permítanme la redundancia, quien pueda disfrutarlo. Desde luego, los que gusten y tengan interés por la filosofía. También los que quieran conocer las raíces de la ciencia ficción moderna, porque no hay duda de que en esta obra hay viajes espaciales (y algo muy cercano a su justificación), criaturas extrañas y extraterrestres inteligentes armados con distintos sentidos que los nuestros. Y es que «Viaje a Arcturus no se comprende. Se experimenta». Ya lo creo.