Los tejedores de cabellos, de Andreas Eschbach, me parece una de las obras fundamentales de la ciencia ficción moderna y siempre la recomiendo encarecidamente. Hoy, Pablo Bueno, nos dice algo muy parecido pero de forma mucho más convincente y amena. ¡Espero que os guste!
Banda sonora de la reseña: Pablo sugiere leer esta reseña escuchando el primer movimiento de la Primera Sinfonía de Brahms (
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Todos los amantes de la ciencia ficción saben que, con frecuencia, algunas de las joyas que esconde el género no tratan sobre aventuras, sobre guerras espaciales o sobre la resistencia ante la invasión extraterrestre. A pesar de ello, todavía hoy es frecuente que, cuando se menciona el término ciencia ficción fuera de los círculos más habituados a ella, sea en esas cuestiones en lo que se piense, cuando no en “marcianitos verdes” con pistolas estrambóticas. Lo que mucha gente parece desconocer, en definitiva, incluso en este siglo XXI del futuro en el que ya nos encontramos, es que la ciencia ficción también utiliza los escenarios futuristas o las posibilidades científicas para tratar los grandes temas; los mismos que toca la literatura realista o, sin irnos muy lejos, las conversaciones entre buenos amigos en torno a un café: el amor, la desigualdad, el miedo, el odio, la trascendencia, la divinidad, las relaciones humanas…
Los tejedores de cabellos es una de esas pequeñas joyas que mencionaba y que trata, en el fondo, de uno de esos grandes temas tan recurrentes en la literatura de todos los géneros. Y lo hace, además, con un mimo, una previsión y una dosificación sorprendentes, porque hay que entender que esta es una de esas historias en las que el premio gordo está en el final. Pero vayamos por partes.
La historia comienza en un pequeño pueblo en el que, como en todo el planeta, una de las profesiones más duras y respetadas es la que ejercitan los tejedores de cabellos. Estos hombres se dedican, desde bien jóvenes hasta prácticamente el final de sus vidas, a tejer una complejísima alfombra para el palacio del emperador de la raza humana. Pero estas piezas tienen una particularidad: para elaborarla, los tejedores solo utilizan los cabellos de sus mujeres e hijas.
Esta práctica, que no deja de ser extraña se mire como se mire, está avalada por siglos de tradición y, sobre todo, por un culto religioso al emperador tan asentado, que son muy pocos los que se atreven a cuestionarlo. Aquellos que se aventuran por la senda de la herejía suelen tener finales precipitados. De hecho, la población planetaria vive, en su inmensa mayoría, en función de unas normas y una organización social rígida y muy controlada que nos recuerda tiempos pasados de nuestra propia historia.
La cuestión es que, un buen día, un hombre de otro planeta llega para confirmar el rumor de que el emperador galáctico ha muerto. A partir de ahí, todo son incógnitas que Andreas Eschbach va aclarando tomándose su tiempo pero sin permitir que el pulso de la novela decaiga, sin que se haga lenta en ningún momento. Casi me atrevería a decir que sin que sobre ni una sola línea. Y es que, aunque decíamos que parte de la grandeza de la novela está en el apabullante final, el modo en que se construye la historia es también más que notable.
Si la novela entera es una gran circunferencia, cada capítulo de la misma es un círculo concéntrico progresivamente más grande que nos va dando una visión cada vez más completa de la realidad y de lo que realmente sucedió siglos atrás. Los ambientes van cambiando del planeta desértico del comienzo a las estaciones espaciales o a mundos muy avanzados tecnológicamente.
Estas pequeñas historias son complementarias (e incluso se solapan) y siempre tienen un protagonista distinto. Con frecuencia, incluso nos muestran de lejos a alguno de los personajes que más adelante nos darán su propio punto de vista. En otras ocasiones, sin embargo, la ventana por la que se nos permite asomarnos resulta totalmente opaca a todo entendimiento y nos encontramos con unas situaciones y personajes descontextualizados.
La razón es, como mencionábamos antes, que el autor nos está dando sueltas toda una colección de piezas que, a falta de un suspiro para acabar la lectura, encajan haciendo que la cabeza nos explote por la magnitud de lo que se nos ha contado. Y es que, si existen esos grandes temas de la literatura, el que se trata en esta novela se lleva aquí a un grado superlativo que yo, personalmente, no había visto jamás.
No obstante, el relato de Andreas Eschbach nos habla de muchas cosas más: de dar por sentado la infalibilidad o la necesidad de la tradición; de la estupidez humana; de asumir sin crítica lo que nos viene heredado; de cuestionarse la realidad en que se vive. La verdad es que este ha sido uno de esos libros que te deja días dándole vueltas a un montón de asuntos y que, tengo la impresión, me acompañará durante mucho tiempo. Por cierto, creo que es necesario señalar que algunas de las otras obras del autor también parecen gozar del cariño y el reconocimiento de la crítica.
No puedo decir mucho más sin revelar lo que funciona como el verdadero motor de la historia, así que, para finalizar, solo añadiré que esta novela me ha parecido absolutamente brillante y que, para mí, tiene cinco merecidísimas estrellas.